A propósito de la relación entre el cine y la literatura, tema al cual venimos haciendo referencia en los escritos de las semanas anteriores, me gustaría hacer mención al escritor y cineasta argentino Edgardo Cozarinsky (nacido en Buenos Aires, en 1939). Sabemos que Edgardo Cozarinsky se ha exiliado en París en el año 1974 por cuestiones de índole política, y en la actualidad alterna entre Buenos Aires y París, teniendo preferencia por su ciudad natal, sobre todo en los últimos años. Recordamos que Edgardo Cozarinsky ha realizado un importante aporte a nivel cultural con su personalidad multifacética: ha escrito textos literarios (libros de ficción) y ha escrito sobre temas literarios; fue comparado con autores de reconocimiento dentro de la literatura universal como lo es Chéjov; se ha destacado por sus films clasificados dentro del cine de culto, y -puntualmente- en sus últimos films ha tenido como escenario a la ciudad de Buenos Aires.
Por todo lo expuesto, considero relevante transcribirles en la presente columna un texto -bajo el título "SOBRE EL DOBLAJE"- perteneciente a Jorge Luis Borges, que ha sido publicado originalmente en la revista Sur, número 123, en junio de 1945, y posteriormente fue recopilado por Edgardo Cozarinsky en "BORGES Y EL CINE", Sur, Buenos Aires, 1974. A continuación, lo transcribimos:
SOBRE EL DOBLAJE
"Las posibilidades del arte de combinar no son infinitas, pero suelen ser espantosas. Los griegos engendraron la quimera, monstruo con cabeza de león, con cabeza de dragón, con cabeza de cabra; los teólogos del siglo II, la Trinidad, en la que inextricablemente se articulan el Padre, el Hijo y el Espítiru; los zoólogos chinos, el ti-yiang, pájaro sobrenatural y bermejo, provisto de seis patas y de cuatro alas, pero sin cara ni ojos; los geómetras del siglo XIX, el hipercubo, figura de cuatro dimensiones, que encierra un número infinito de cubos y que está limitada por ocho cubos y por veinticuatro cuadrados. Hollywood acaba de enriquecer ese vano museo teratológico; por obra de un maligno artificio que se llama doblaje, propone monstruos que combinan las ilustres facciones de Greta Garbo con la voz de Aldonza Lorenzo. ¿Cómo no publicar nuestra admiración ante ese prodigio penoso, ante esas industriosas anomalías fonético-visuales?
Quienes defienden el doblaje, razonarán (tal vez) que las objeciones que pueden oponérsele pueden oponerse, también, a cualquier otro ejemplo de traducción. Ese argumento desconoce, o elude, el defecto central: el arbitrario injerto de otra voz y de otro lenguaje. La voz de Hepburn o de Garbo no es contingente; es, para el mundo, uno de los atributos que las definen. Cabe asimismo recordar que la mímica del inglés no es la del español.
Oigo decir que en las provincias el doblaje ha gustado. Trátase de un simple argumento de autoridad; mientras no se publiquen los silogismos de los connaisseurs de Chilecito o de Chivilcoy, yo, por lo menos, no me dejaré intimidar. También oigo decir que el doblaje es deleitable, o tolerable, para los que no saben inglés. Mi conocimiento del inglés es menos perfecto que mi desconocimiento del ruso; con todo, yo no me resignaría a rever Alexander Nevsky en otro idioma que el primitivo y lo vería con fervor, por novena o décima vez, si dieran la versión original, o una que yo creyera la original. Esto último es importante; peor que el doblaje, peor que la sustitución que importa el doblaje, es la conciencia general de una sustitución, de un engaño.
No hay partidario del doblaje que no acabe por invocar la predestinación y el determinismo. Juran que ese expediente es el fruto de una evolución implacable y que pronto podremos elegir entre ver films doblados y no ver films. Dadas la decadencia mundial del cinematógrafo (apenas corregida por alguna solitaria excepción como La máscara de Demetrio), la segunda de esas alternativas no es dolorosa. Recientes mamarrachos -pienso en El diario de un nazi, de Moscú, en La historia del doctor Wassell, de Hollywood- nos instan a juzgarla una suerte de paraíso negativo. Sight-seeing is the art of disappointmen, dejó anotado Stevenson; esa definición conviene al cinematógrafo y, con triste frecuencia, al continuo ejercicio impostergable que se llama vivir."
La cita textual recién transcripta es fuertemente crítica hacia el recurso del "doblaje" empleado en el mundo de la cinematografía y, además, dicha cita se halla cargada de un lenguaje sumamente irónico, algo recurrente en el estilo literario borgeano. Esta severa crítica hacia el doblaje tiene que ver -se me ocurre- con las diferencias lingüísticas y culturales peculiares de cada lengua. Sabemos que detrás de cada lengua hay un peso histórico, cultural e ideológico que caracteriza a un pueblo, a una nación. Las estructuras fonológicas, morfológicas y sintácticas de una lengua (ya sea el español, el inglés, el francés, etc.) son peculiares de cada pueblo o nación y lo definen como tal. Las características del lenguaje propias de cada pueblo reflejan la riqueza cultural que el mismo posee. Este sintético análisis que efectué equiparando las nociones de lengua y nación se halla basado en las ideas que Wilhelm von Humboldt expresa en "ESCRITOS SOBRE EL LENGUAJE" (edición y traducción de Andrés Sánchez Pascual, ediciones Península, Barcelona, 1991). Para Humboldt, la lengua pertenece a la totalidad de una nación y, a su vez, el ser humano se halla condicionado por la lengua. Al respecto dice Humboldt:
"Dado que las naciones se sirven de los elementos lingüísticos preexistentes, y dado que éstos mezclan su naturaleza con la representación de los objetos, ocurre que ni la expresión es indiferente ni el objeto es independiente de la lengua. Pero el ser humano, que está condicionado por la lengua, a su vez vuelve a operar sobre ella, y esto hace que cada una de las lenguas particulares sea a su vez el resultado de tres acciones distintas y coincidentes, a saber: la naturaleza real de los objetos, pues ella es la que hace que brote la impresión en el ánimo; la naturaleza subjetiva de la nación; y la naturaleza peculiar de la lengua, debida a la materia básica que se le mezcla y a la fuerza con que todo lo que alguna vez ha sido transferido a ella permite un perfeccionamiento formativo sólo dentro de ciertos límites de la analogía, aunque en su origen fuera creado con total libertad" (pág.53).
Más adelante afirma Humboldt acerca de la dependencia recíproca entre pensamiento y lenguaje, y en cuanto a la diversidad de lenguas como diversidad de puntos de vista (distintas miradas del mundo):
"La dependencia recíproca del pensamiento y el lenguaje hace claro y evidente que las lenguas son propiamente un medio no tanto de presentar la verdad ya conocida cuanto, mucho más, de descubrir la verdad antes desconocida. La diversidad de las lenguas no es una diversidad de sonidos y signos, sino una diversidad de vistas del mundo. La razón y la finalidad última de toda investigación lingüística residen en eso" (pág. 54).
Por último, en relación a la diversidad de las lenguas y la idea de formación de las naciones sostiene Humboldt:
"La diversidad de las lenguas se presenta, empero, en una doble figura: por un lado, como fenómeno de la historia natural, como consecuencia inevitable de la diversidad y separación de los pueblos, como obstáculo a la unión inmediata del género humano; por otro, como fenómeno de la teleología del entendimiento, como medio de formación de las naciones, como instrumento de la multiplicidad más rica y de una peculiaridad más grande de los productos intelectuales, como artífice de una unión de la parte culta del género humano, unión que está basada en el sentimiento recíproco de la individualidad y que por ello mismo es más íntima" (págs. 38 y 39).
Ana Carolina Erregarena
Licenciada en Letras (UBA, 1999)
Profesora de Enseñanza Media y Superior en Letras (UBA, 2002)
Especialización en Lingüística
anacarolinaerregarena@yahoo.com