Les debe haber pasado alguna vez maravillarse ante una construcción antigua, una catedral gótica, una ciudad medieval, una estatua griega del período clásico o un cuadro renacentista. El lujo de detalles, las texturas, la grandiosidad del ingenio creador nos dejan perplejos. Generalmente, ante el asombro estético, todos pensamos lo mismo: ¿cómo hacían en el pasado, con tan pocos recursos tecnológicos, lograr semejantes resultados? La vida se ha vuelto mas compleja y es natural que busquemos simplificar algunas cosas. Cuando la fotógrafa Grete Stern vino de Alemania en la década de treinta, luego de haberse formado en la escuela Bauhaus en dónde conoció a Horacio Coppola, (a quién debemos las imágenes de Buenos Aires más bellas de la primera mitad del siglo pasado) y se casaron, iniciaron la construcción de su casa en Ramos Mejía, la que el vecindario no tardó en apodar la fábrica por la simpleza de sus formas. Lo menos es más, es la frase de Ludwig Mies van der Rohe, un gran arquitecto modernista, que junto a Gropius y Le Corbusier sembraron la semilla del minimalismo, escuela que privilegia la pureza de las líneas y la escasez de ornamentación.
¿Y con el lenguaje, qué pasó? La novela naturalista fundada por Zola sustituía de a poco los excesos románticos del siglo XIX y el surrealismo proponía hurgar en los sueños y el inconsciente que Freud se atrevió a revelar. Nos volvimos más profundos. Aunque el movimiento se haya llamado modernista, ya pasaron cien años.
Un estudio actual revela que nos limitamos al uso de un vocabulario promedio de cuatrocientas palabras . Calculo que para expresarnos, lo menos no es más. Buena onda, mala onda son frases que dominan la escena. Podríamos proponernos ampliar nuestro abanico de posibilidades expresivas. La familia, los amigos, la comunidad entera, panópticos, les agradecerá.
Fabiana Daversa. Foto: Alejandra Lopez
