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» Este artículo corresponde a la Edición del miércoles, 17/abr/2019 de La Auténtica Defensa.

Te hago el cuento:
Amoralidad en el Colegio de Ciencias Morales
Por Marisa Mansilla






Marisa Mansilla

"-Tomen distancia.

Una única voz suena para todo el claustro. Parece rebotar y repetirse, por efecto de la altura de los techos o el grosor de las paredes, pero todos saben que no ha habido repetición alguna, que las órdenes se dan una sola vez y con eso es suficiente. Tomar distancia es un aspecto fundamental en la formación de los alumnos del colegio. Aunque se pongan en fila, uno detrás del otro, y aunque respeten el orden progresivo que va de menor a mayor, hasta que toman distancia los alumnos lucen todavía en desorden, reunidos pero no formados, con cierto aire de dejadez que es indispensable despejar. Una vez que toman distancia, la doble hilera adquiere en cambio rectitud y proporción, una justa simetría por lo demás muy adecuada. Para hacerlo hay que extender el brazo derecho sin doblar el codo por supuesto, y apoyar la mano, y mejor que la mano el extremo de los dedos, en el hombro derecho del compañero de más adelante. Como ese compañero es, por definición más bajo que el que le sigue, cada brazo traza una línea perfectamente recta, pero también en suave declive. Así es como se hace, ahora y siempre. Las chicas forman adelante y los varones atrás. María Teresa presta mucha atención, aunque tratando de ser discreta, a ese eslabón tan conflictivo de la hilera, allí donde los dos varones primeros, que son los más petisos, suceden a las dos mujeres últimas, que son las más altas. Los varones de menor estatura son por lo general los que preservan cierto aire de infancia, imberbes todavía, o poco menos, en tanto que las chicas más altas son siempre las más desarrolladas. En el momento de tomar distancia, esos dos varones, que en tercero décima son Iturriaga y Capelán, deben apoyar la mano, y mejor que la mano la punta de los dedos, en el hombro de las chicas de adelante, que en tercero décima son Daciuk y Marré. Esos hombros les quedan decididamente lejos, demasiado altos, y casi tienen que estirarse para alcanzarlos. María Teresa, la preceptora, escruta ese contacto con toda minucia. No es la diferencia de estatura lo que importa, desde luego, ni es que Iturriaga o Capelán puedan perder la mejor postura al estirar el brazo para tomar distancia. No es eso, ni tampoco el gesto claro que el brazo adopta al ir tenso hacia adelante y hacia arriba, sino otra cosa. Es otra cosa. María Teresa debe fijarse, escrupulosa, en lo que pasa con esa mano de varón en cada hombro de mujer, mientras dura la situación de la toma de distancia, una situación que no tiene, como lo tiene el timbre del final del recreo un lapso de extensión fijo y predeterminado, sino que depende de la decisión personal del señor Biasutto, el jefe de preceptores.

-Firmes.

Sólo cuando se escucha al señor Biasutto dando la orden de ponerse firmes, los brazos bajan y el contacto cesa. Cada cual ocupa entonces su lugar, con la separación debida, y están dadas las condiciones para autorizar el ingreso al aula."

Esta extensa cita corresponde a la novela "Ciencias Morales" de Martín Kohan y además de refrescarnos la memoria en cuanto a cómo hemos cumplido con el ritual cotidiano de "formar fila" en los colegios secundarios adonde allá lejos en el tiempo estudiamos, nos lleva asimismo a preguntarnos cuánta literatura argentina ha incursionado en representaciones de la vida estudiantil dentro de las paredes sólidas y casi inexpugnables de los colegios secundarios. "Juvenilia" (1884) de Miguel Cané inició esa tradición haciendo referencia al Colegio Nacional de Buenos Aires recién fundado por Bartolomé Mitre sobre el internado de los jesuitas en el antiguo edificio de la calle Bolívar 263 en la Manzana de las Luces, que también incluía a la Universidad y a la Iglesia de San Ignacio, y que se llamó en sus orígenes Real Colegio de San Carlos y luego Colegio de Ciencias Morales; pero también "Un dios cotidiano" de David Viñas(1957), "El ex alumno" de Carlos Somigliana (1978), "La escuela de noche" en "Deshoras" de Julio Cortázar (1982) haciendo referencia al Mariano Moreno, "El director" de Gustavo Ferreyra (2005) y en Latinoamérica el rígido y severo Colegio Militar Leoncio Prado de "La ciudad y los perros" (1963) del peruano Mario Vargas Llosa.

La novela de Kohan dialoga con la novela de Cané que fue alumno del Nacional entre 1863 a 1868 y al salir combatió en la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay en un batallón de colegiales y universitarios y donde el soldado argentino y pintor Cándido López perdió la mano con la que pintaba hasta ese momento en la batalla de Curupaití, por lo que debió ejercitar su otra mano para pintar la guerra; pero también dialoga con las "guerras" de su tiempo de estudiante secundario. Martín Kohan, nacido en 1967 y que desde sus 9 años hasta sus 16 años vivió bajo la última dictadura cívico-militar, también fue alumno del Nacional Bs. As. desde 1980 a 1985, ese colegio público y no obstante elitista donde se educaban los jóvenes oriundos de las familias antiguamente consideradas patricias o de la más acomodada burguesía del país, aspirantes a formar parte de las clases dirigentes. Fue el Colegio prestigioso de los considerados "Padres de la Patria", ubicado a 200 metros de la Plaza de Mayo, del Cabildo, a pocas cuadras de la Catedral Metropolitana y de la Casa Rosada. Sin embargo, la rígida moral que se pretendía inocular en los alumnos para que guiara sus vidas supuestamente destinadas a la exposición y el reconocimiento público choca con los imperativos de una época ( el año 1982) donde la represión, las oscuras perversiones, las denuncias y el horror, silenciados pero latentes, teñían todas las relaciones humanas. Una joven e inexperta preceptora, María Teresa, aleccionada por el inescrupuloso jefe de preceptores, el señor Biasutto, que había confeccionado las "listas de estudiantes" más politizados y revoltosos que ya no estaban más en el Colegio, tratará de seguir su consejo y lograr el "punto justo" de vigilancia discreta y minuciosa propia de su trabajo, por lo que se irá convirtiendo de incauta reprimida en obediente represora empleándose en espiar oculta desde uno de los retretes del baño de varones con la intención de descubrir quién es el que fuma allí violando las reglas. Sospecha del alumno Baragli porque justo cuando pasó junto a ella al terminar la 7ma. hora percibió un olor vago a tabaco negro. Además lo había visto en la vereda del colegio muy próximo a la alumna Dreiman que se apoyaba en él en forma libidinosa y esto le pareció inaceptable. Sabe que el cuidado y esmero que ponga en esto será del agrado del señor Biasutto que probablemente la felicitará en público, y así es como una y mil veces va a esconderse en los apretados cubículos entre los olores más nauseabundos y las conversaciones y situaciones más escatológicas, potenciando cada vez más su morbo, desconocido hasta ese momento por ella. Pero la guerra de Malvinas estallará y su único hermano Francisco, un conscripto, irá a Comodoro Rivadavia y se comunicará de forma cada vez más escueta con ella y su madre. Después de la rendición de Puerto Argentino regresará a Bs. As., donde ya todo ha cambiado, inclusive la vida en los claustros del Colegio.

Atendiendo a "La microfísica del poder" de Michel Foucault podríamos analizar cómo el poder se las ingenia para estar en los intersticios menos pensados de cada cosa y desde allí moldear nuestro pensamiento, incluso en los lóbregos baños del Nacional Bs. As., pero la excelencia narrativa de esta novela de Kohan nos lleva fluidamente por esta historia que es ficcional pero es también la historia de todos disfrutándola a la vez que poniéndonos frente a las situaciones más oscuras y terribles del pasado próximo.

Marisa Mansilla/ Taller Álgebra y Fuego / marisamansilla2000@yahoo.com.ar



Martín Kohan nos lleva fluidamente por esta historia que es ficcional pero es también la historia de todos.

 
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