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» Este artículo corresponde a la Edición del jueves, 12/mar/2020 de La Auténtica Defensa.

El Rincón de Aléthea:
El martirio de las brujas de Zugarramurdi
Por Angela Monsalvo




"Aquellos que creen en la magia están destinados a encontrarla." --Autor Anónimo.

La brujería es tan antigua como el hombre. En casi todas las culturas prehistóricas se practicaban ritos destinados a mejorar las cosechas, la fertilidad o propiciar la caza. A menudo las encargadas de ejecutar estos ritos (principalmente bailes o representaciones), eran las mujeres de la tribu. Esta tradición, de alguna manera, se mantuvo en el seno de las sociedades hasta prácticamente la actualidad.

Por siglos se estableció que la palabra bruja, definía a un tipo de mujer sabia, independiente, fuerte. Las brujas fueron las mujeres que ayudaban a nacer a los niños, a curar a los enfermos, a consolar el dolor.

Sabían escribir y leer, cantaban las canciones del pueblo, conservaban sus memorias. Se consideraba que ser bruja era un privilegio de espíritus libres, de corazones osados y sobre todo de crecimiento espiritual.

Según algunos estudiosos y especialistas en el tema, a las brujas no las quemaron por malas, las llevaron a las llamas de la hoguera por inteligentes, por rebeldes, por ser mujeres libres. Por adquirir conocimientos que estaban reservados sólo a los hombres. Por no enmarcarse en la belleza impuesta por la mirada masculina. Por leer libros, por escribirlos, por enseñar. Por soñar con revoluciones en dónde todas las mujeres pudieran conseguir lo que no tenían.

Las quemaron por sabias, las quemaron porque se resistieron a ser violadas, porque no aceptaron el chantaje, porque no las pudieron comprar. Les quitaron la vida porque ellas posibilitaban que otras mujeres vivieran, por fin, como querían. Por ayudar a otras mujeres a ser libres.

Las quemaron por amenazar al sistema que convertía a las mujeres en reproductoras del sistema.

Uno de estos casos es el del misterio de las brujas de Zugarramurdi, nombre con el que se conoce el caso más famoso de la historia de la brujería vasca y posiblemente de la brujería en España.

Esta leyenda de caza de brujas, tuvo lugar en un pueblo de los Pirineos navarros, en 1610, año en el que una vecina del pueblo soñó cómo algunos de los lugareños acudían hasta la gruta para realizar un Aquelarre pagano.

Esta habladuría llegó hasta el oído del Tribunal de la Inquisición, que no dudó en arrestar a 53 de los vecinos acusados y tras torturarlos, dio muerte a 11 de ellos en la hoguera.

El proceso de Zagarramurdi implicó a 29 vecinos que confesaron delitos de canibalismo, haber provocado granizo sobre las cosechas y plagas, pero, un teólogo enviado desde Madrid, llamado Alonso de Zalazar, demostró que todo era falso.

Partió de la idea de que todo es producto de la imaginación y el miedo de la gente de los pueblos. La incomprensión transformó aquellos rituales y fiestas en honor a la Madre Tierra, en Aquelarres, los cánticos en conjuros, las palabras en sortilegios y las creencias paganas en magia negra.

Lo que resulta curioso destacar es que en éste como en otros muchos juicios por brujería, no fue la Inquisición la que movió la primera ficha, sino que se vio obligada a actuar por el celo de la justicia secular y por el pánico que se había despertado en la población.

La acción de las autoridades civiles y de los predicadores fue mucho más insistente que la de la Inquisición misma para que el país anduviera revuelto y excitado. Con Aquelarres o sin ellos, con grandes reuniones hechiceriles o con pequeños conciliábulos familiares, lo cierto es que la bruja y el brujo vascónico produjeron una inquietud constante y los pueblos vivieron en tensión, acusándose las familias mutuamente de maleficios de todas clases.

La repercusión de aquel acto de fe en toda Europa, provocó el nacimiento de la leyenda negra de Zagarramurdi, el salem español o el pueblo de las brujas. Brujas que un tiempo después se descubrió que no eran tales. No pasaban de ser una suerte de curanderas naturistas con alto conocimiento de las plantas y de los animales, que consumían diferentes ungüentos alucinógenos para alterar su nivel de conciencia y buscar otros planos existenciales.

A todas las mujeres que sin ser brujas son incomparables, los habitantes del mundo deberían dejar que el empoderamiento de éstas continúe avanzando, ya que no se debe olvidar que en su vientre se acuna el futuro de la humanidad.


 
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