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» Este artículo corresponde a la Edición del domingo, 12/abr/2020 de La Auténtica Defensa.

Vivir día a día
Por Santiago Tomás Mengual




En plena cuarentena, un grupo vecinos del barrio Lubo improvisó un comedor que genera 170 raciones diarias: "Son muchas familias y no podemos hacer ni manejar tanta comida", se lamentan mientras revisan una larga lista de espera.

Como una linterna que alumbra la oscuridad, la cuarentena expone de forma visceral los problemas estructurales de nuestra sociedad. La parálisis económica generada por la emergencia sanitaria golpea directamente a las poblaciones más vulnerables, a segmentos de la pequeña y mediana empresa, a la economía informal y a los trabajadores precarios; es decir, "a esa parte de la sociedad que no recibe un sueldo regular, ni una renta, ni tiene un fondo de reserva con el cual hacer frente a la falta de trabajo que genera la emergencia sanitaria", según explica el Observatorio de la Deuda Social Argentina.

Estimaciones de la Universidad Católica Argentina señalan que el 35% de la población económicamente activa no tiene la capacidad de interrumpir sus tareas sin perder todos sus ingresos. Esto se ve reflejado en los más de 11 millones argentinos que solicitaron el Ingreso Familiar de Emergencia, medida adoptada por el gobierno nacional para amortiguar este nuevo golpe a la catástrofe social que implica saber que al menos 40 de cada 100 argentinos sean pobres, o el 8,9% del total de la población sea indigente. Es lógico pensar que los efectos de la pandemia hicieron crecer dichos números calculados a fines de 2019.

Un grupo de vecinos del Lubo comenzó a palpar esta problemática en su propio barrio y comenzaron a hacer algo. Primero, ayudaron a un anciano al que le habían robado la jubilación recién iniciada la cuarentena. No podía cubrir su alimentación básica, y no fue difícil acompañarlo. Fue entonces que pensaron en llevar la ayuda a un nivel superior: recolectar donaciones, preparar comida y ayudar a otras familias que sabían que también la tenían difícil.

Así, improvisaron en un garaje una cocina con chulengo a leña y pidieron prestada una olla que había pertenecido a un comedor ahora cerrado. El boca a boca hizo que a los pocos días, los pedidos se multiplicaran de forma exponencial: pasaron de 40 a 170 raciones, hoy límite de la capacidad, pero que no llega a cubrir la demanda: "Tuvimos que empezar a decir a mucha gente que no nos daban los cupos, rechazarlos. Son muchas familias y no podemos hacer ni manejar tanta comida. A veces tenemos que hacer malabares para completar todos los tuppers que nos dan", explica uno de los vecinos. También comenzaron a preparar meriendas para que los chicos reciban otra ingesta además de la cena. Por día, el comedor entrega 100 meriendas y hay una lista con familias en espera.

No sólo se trata de preparar la comida, es también la logística y la organización necesaria para conseguir los alimentos, trabajo que prácticamente les lleva todo el día: "Nosotros nos levantamos y nos acostamos pensando cómo vamos a hacer para darle de comer a la gente. Algunos se dedican a recolectar la comida. Soy el que va a pelear a la Municipalidad, a hablar con el cura, a recorrer los barrios. Habíamos empezado a tener problemas con nuestras familias porque lo que hacemos tiene su riesgo, estamos todo el tiempo en la calle. Ahora logramos organizarnos y estamos más tiempo en nuestras casas", cuenta uno de los responsables. Las donaciones llegan de todos lados, desde frigoríficos e iglesias hasta políticos y comercios pero quienes más donan son vecinos del barrio que han sufrido el hambre en el pasado y hoy tienen un plato en su mesa.

La situación llega a momentos límites donde el hambre de muchos y la incapacidad de ayudarlos chocan en un desenlace trágico: "Una tarde vino una madre con su hijo a pedir un plato de comida y tuvimos que decirle que no porque ya habíamos cubierto los cupos. Cuando el chico escuchó se puso a llorar en el medio de la calle. Tuvimos que agregarlo e inventar un cupo más de alguna manera", recuerda uno de los protagonistas.

Los efectos de la pandemia nos obligan a reflexionar sobre el modelo de sociedad que queremos para nuestro futuro: ¿Está bien que la suerte de decenas de familias quede en manos de vecinos (trabajadores) voluntariosos? ¿Quién debería ocuparse? Si nuestra respuesta a dicha pregunta es el Estado, debemos cuestionar los discursos que buscan el achique de dicho ente a como dé lugar en pos de la mano mágica del mercado como regulador social: "Estamos en un mundo que no conocemos y para el que no estamos preparados. El Estado no se hace presente y ninguno de nosotros tiene experiencia en lo social. Somos sólo 6 vecinos como cualquiera de la ciudad", dice otro de los vecinos en tono desesperado y sintetiza "Estoy esperando a que esto se calme para volver a mi vida normal".

Para donar, pueden comunicarse al 3489 633002 o al 3489 566858. Sólo acepta mercadería.


“A veces tenemos que hacer malabares para completar todos los tuppers que nos dan", cuenta uno de los vecinos a cargo del improvisado comedor.

 
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