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» Este artículo corresponde a la Edición del domingo, 24/may/2020 de La Auténtica Defensa.

Fútbol Infantil:
Hecha la ley, hecha la trampa
Por Néstor Bueri







Néstor Bueri

Leandro, con sus 8 años, le sacaba más de una cabeza de estatura a varios de su misma edad. Pero no solo en estatura era la diferencia: jugando a la pelota era capaz de hacer un gol desde la mitad de cancha sin esforzarse. En su equipo de fútbol era el dueño de todas las pelotas paradas y más de un gol por partido aseguraba su presencia.

Agustín, por su parte, en puntas de pie quizás le pasaba el codo y así como era de pequeñito era enormemente voluntarioso para jugar a la pelota. Lo ponían de delantero, pero sin darse cuenta aparecía en la defensa y desde ahí arrancaba hasta llegar al arco contario. Tenía facilidad para no perderse goles: he visto goles increíbles para su edad y su estatura.

Lautaro, en cambio, atajaba siempre con su gorrita de Boca. Si bien a veces le gustaba jugar, siempre iba al arco. Con sus 8 años y sin rodilleras siempre afloraba algún raspón inesperado que solo merecía una sacudida. Le gustaba mirar partidos por televisión y copiaba muy bien a los arqueros que más le gustaban. Por eso practicaba mucho la salida desde su arco para que la pelota llegue por el aire casi hasta el área contraria.

El equipo del club que siempre peleaba los primeros puestos, Leandro, Agustín y Lautaro lo compartían con tres chicos más y algunos suplentes que esperaban ansiosos jugar un ratito. Bajo el reglamento de la liga local, todos los niños deberían jugar, todos deberían compartir el juego más conocido y divertido que en ese momento tenían. Si bien los niños que oficiaban de suplentes querían jugar todo el tiempo, se sentaban en el banco haciendo planes de lo que harían cuando les tocara entrar. Aplaudían a sus compañeritos, alentaban cada buena jugada y gritaban sus goles, todo producto de sus ansias y algún nervio por ahí dando vueltas.

Mientras, en la canchita de ese momento, todo se movía en derredor de la diversión compartida y nadie se daba cuenta de que a pesar de estar jugando y divirtiéndose, tres chicos sabían que no iban a completar el juego, que algo frustraría su final. Leandro, Agustín y Lautaro jugaban todo el partido, pero había otros tres niños que esperaban una orden de salida en vez de un pase. Había tres niños que no entendían por qué el partido duraba solo un tiempo. Ni estaban en condiciones de entender el motivo del porqué siempre ellos.

Hecha la ley, hecha la trampa. El reglamento dice que todos los niños deben jugar, pero no aclara que niños deben dejar de jugar. Leandro, Agustín y Lautaro permanecían siempre en campo y con eso el "instructor" se aseguraba ganar el partido. Este futbol infantil, competitivo por grandes, los obliga a aprender rápido algunas situaciones negativas. Esta diversión de grandes protagonizadas por niños no sabe de frustraciones por el juego sin terminar, no sabe de espera silenciosa para poder jugar, no sabe de elevada autoestima tanto como para sentirse el mejor para siempre y abandonar en la primera derrota desconocida.

Hecha la ley, hecha la trampa. Final de un juego cruel.

¡Hasta la próxima!

Néstor Bueri / Psicólogo Social


 
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