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» Este artículo corresponde a la Edición del domingo, 28/oct/2012 de La Auténtica Defensa.

Por Juan Carlos Musso:
Ismael Garzón y el fuego de la nostalgia
¿Qué haces, gordito? -le dijo el Zorzal Criollo




-Viajaba en tren a Bueno Aires todos los días para estudiar radiocomunicación y meteorología -Ismael Garzón hizo una pausa antes de continuar-. Durante las tres horas del recorrido en esos trenes con asientos de madera, guardias que picaban los boletos y vendedores ambulantes conocidos y respetados, recitaba versos y hacía ver mi carácter histriónico, ávido por expresarme tratando de demostrar de lo que era capaz. Así me hice amigo de jóvenes de Zárate y Campana que se destacaron como compositores y músicos de tango, entre ellos Enrique Mario Francini y Héctor Stamponi. A través ellos pude conocer luego a grandes directores de orquesta como Francisco Canaro, Carlos Di Sarli y Aníbal Troilo a quienes tuve la oportunidad de presentar, ya como locutor, en los bailes populares de aquellas épocas.

Con la estatuilla del premio Santa Clara de Asís a sus espaldas, frente a un pequeño escritorio de madera que sirvió a don Arturo Frondizi, para una charla en el cine teatro Belgrano a mediados de los cincuenta, y hoy es uno de los tantos recuerdos que atesora en su casa, sentado en una silla de la que trabajosamente pocas veces se levanta para moverse lento con el pesado caparazón a cuestas, rodeado de libros y de tantos reconocimientos y distinciones recibidos, en un gesto característico entorna los ojos al tiempo que baja o sube la cabeza como presionando en los recovecos de su memoria. Tiene la mirada cristalina, franca, una sonrisa atrayente, el carácter alegre, amplias cejas y una barba candado nevadas. En los años que trabajó en Canal 9 para el programa "Bueno días, Buenos Aires" regresaba en su Sian Di Tela de saco y corbata, con el cuello pintado ya que los maquilladores de la televisión en blanco y negro se esmeraban en tapar su acentuada papada. Siendo actor, en "El avaro" de Moliere usó una peluca para parecer calvo; ya no la necesita, lo que era previsible desde sus años juveniles, cuando su vos ya lo destacaba como un futuro locutor y entusiasta hablista.

-Nací en 1923 en Avellaneda aunque desde los ocho años vivo en Campana y me siento campanense -dijo Ismael al tiempo que sus ojos se iluminaron-. Desde chico me gustó la música: el jazz, el folklore y el tango. Posteriormente me convertí en un cinéfilo; aún hoy lo soy. En la escuela primaria, desde un incipiente grupo de jóvenes que integré, se formó un grupo teatral que dio vida al teatro campanense del siglo XX y que llegué a dirigir. Siguiendo por el camino de mi vocación artística, en los primeros años del cuarenta, me incorporé al teatro La Mascara de Buenos Aires donde trabajé con Ricardo Pasano padre, Alejandra Boero y Pedro Asquini.

En el año de nacimiento de Ismael se transmitió en radio, por primera vez en vivo, un combate de boxeo: Firpo-Dempsey desde los Estados Unidos. La radio, un medio que lo vio nacer y crecer como locutor y conductor de variados programas en medios locales y nacionales. Años en los que la segunda onda inmigratoria europea cambiaba el mapa social y comenzaba a verificarse la concentración en las grandes ciudades y sus radios de influencia. Su abuelo había nacido y trabajado en la provincia de Entre Ríos, luego sus padres se radicaron en Avellaneda, su lugar de nacimiento, que al igual que Campana, su lugar por adopción, fueron localidades donde se vivió el fenómeno de una incipiente industrialización.

Espíritu aventurero y anhelo de agradar. A ambas cosas debe posiblemente su carisma, empuje y tenacidad. Para comprender su historia y presente hay que integrar diferentes ejes y perspectivas, similar a lo que en pintura propone el cubismo. Luego de una trayectoria llena de actividades y desarrollo profesional, vive con su esposa Elida en la misma casa desde hace cincuenta años, de su modesta jubilación provincial y de los ingresos que cosecha en su actividad docente, ya que en la actualidad es director del Taller Escuela Mariano Moreno, un espacio de enseñanza para quien quiera iniciarse en las teorías y prácticas del periodismo, enfocado desde su historia, organización y ejercicio en la calidad literaria y humana.

-Sigo ejerciendo el periodismo -dijo Ismael Garzón- con el mismo fuego de mis comienzos y me siento orgulloso que Graciela, nuestra hija, haya seguido mis pasos como locutora. He vivido los cambios desde aquel periodismo que transmitía hechos sin la huella de las personas a otro más comprometido con la gente, con más humanismo y ahora trato de entender el fenómeno de internet y las redes sociales. Creo que no se debe relegar la calidad a costa de la inmediatez y veo la necesidad indispensable de la formación del periodista en cultura general. Por eso el Taller Escuela tiene su página web y entre las materias tenemos historia, filosofía y arte.

En su casa llegó a armar un laboratorio donde revelaba sus fotos, la única actividad donde Elida no lo acompañó por su temor a los químicos. Tuvo una estación de radio desde donde se comunicaba en un improvisado inglés, orientando la antena guiado por un mapa en noches interminables, con los más apartados lugares del planeta. En un momento de sus vidas apareció la oportunidad y compraron un terreno donde construyeron una casa quinta en las afueras de la ciudad. Plantaron álamos que hoy tienen cuarenta metros. Allí recibieron visitas de periodistas, fotógrafos, escritores y amigos. La casa quinta se fue diluyendo con los estudios de Graciela en Buenos Aires.

-Mi primer recuerdo de niño -dijo Ismael fijando la vista en un lugar indefinido- es de cuando mi padre, que era marino mercante del puerto de Buenos Aires en la compañía Dodero, me llevaba a caminar en la cubierta de los barcos. Creo que aprendí a caminar en uno de ellos. Me llamaba la atención la tecnología, la cabina de mando con tantas luces y sonidos y pronto me sentí atraído por lo que intuía: la importancia de las comunicaciones en ese micromundo flotante.

Tenía cinco o seis años -dijo entrecerrando los ojos como para que no se le espanten los recuerdos- cuando mi padre me llevaba a La Boca. Pude entrar entonces en ese mundo de colores fantásticos, aguas mansas y olorosas surcadas por buques de extrañas banderas. Con algunos años más, ya adolescente, caminé por el desparejo adoquinado de las calles del barrio, extasiado por el mundo de casas de madera y chapa pintadas con los mismos colores de los "piróscafos" amarrados a orillas del riachuelo, y me hice hincha del club de la camiseta azul y oro.

Transitando amplios patios de desiguales baldosas coloradas, con tramos de cemento gris en contraste con las macetas iridiscentes de mil raros orígenes, conoció en La Boca el dialecto genovés, el "xeneize", la exquisita polenta en el restaurante de Merlo, en la calle Pedro de Mendoza, la pizza y fainá en Tuñín, las cantinas del barrio, la increíble aventura de cruzar por cinco centavos a la isla Maciel y disfrutó, en el perfecto desorden de sus cuadros, óleos, témperas y pinceles, de sus diálogos con don Benito Quinquela.

-En febrero de 1946 -Hace una pausa para alinear los recuerdos- me embarqué como oficial de radiocomunicaciones en el buque Juvenal, un petrolero con camarote para pasajeros en viaje al Caribe. Ya integrado a la tripulación, al cruzar la línea del Ecuador, el Capitán ofreció un banquete en mi honor. Fui el último que se sumó al grupo de bullangueros marinos. Recibí el espectacular rito bautismal y ¡la cuenta del gasto originado por la celebración gastronómica en mi homenaje! Habían pasado pocos meses del fin de la guerra -De repente su voz cambió- en una noche clara, transparente y de mar calmo, a eso de las 2:30 de la madrugada, recibí el llamado del oficial a cargo del puente de mando y me puse a sus órdenes ya que las señales luminosos de un buque nos pedía la identidad de bandera. Respondí con las pistolas de luces: Buenos Aires, Argentina. A estribor del S.S. Juvenal, en la superficie, la silueta de un submarino japonés con parte de su tripulación que había subido para ubicarse sobre cubierta y nos saludaba con los brazos en alto, en actitud presuntamente amable. Minutos después, sin mediar diálogos ni otro intercambio, el submarino se hundió en las profundidades marinas. El miedo había pasado. El viejo Juvenal, como ironía del destino, fue desguazado en Campana, sus hierros gastados vinieron a terminar sus días cerca de mí.

Ha presentado en conferencias a escritores como Jorge Luis Borges, a quien recuerda como un hombre sencillo, de excelente humor, amable y dado. En espectáculos a artistas como Atahualpa Yupanqui o Mercedes Sosa, a actores como Alfredo Alcón. Tiene, entre tantas, una foto con Juan Ramón quien siendo un jovencito flacucho le dejó un acetato que luego él presentó en Radio El Mundo.

-Durante mis años en la Central de Tráfico Nacional e Internacional de la Secretaría de Comunicaciones -dijo Ismael Garzón- me tocó en suerte establecer enlaces con numerosos barcos en ríos nacionales o mares internacionales, como por ejemplo el barco que llevó a Europa a Eva Perón. En mi foja de servicios quedó el reconocimiento del mismísimo General Perón por la labor realizada. Orgulloso, pensaba entonces que había realizado un servicio a la patria y, después de un tiempo, apoyé los pies sobre la tierra.

-En 1962 fundamos, con el amigo y socio Luis De Marco, el diario Pregón -prosiguió- que se editó durante diez años. Publicábamos noticias locales de todos los géneros, desarrolladas en la propia redacción, y las principales del orden nacional e internacional de origen en las agencias. Se trataba de cuidar el lenguaje revisando los textos antes de publicarlos y dando valor a aquellas cuestiones culturales. Durante ese período sacamos también la revista Horizontes, mensual y en color, de orientación social y cultural.. Con De Marco habíamos sido socios, desde muchos años antes, en una agencia de publicidad y posteriormente lo fuimos en una empresa propietaria de cines y teatros aquí en Campana. En años en los que la televisión era para pocos, en el cine Belgrano fueron memorables las audiciones del "Palacio de la Alegría", con orquestas, concursos de canto, entretenimientos y sorteos que podía disfrutar toda la familia: abuelos, hijos y nietos. Pensaba que esa cadena familiar no se cortaría. En este mismo año fui socio fundador del Círculo de Periodistas de Campana.

En mil novecientos cincuenta y cuatro inaugura en uno de los cines de Campana, el mismo año que en Buenos Aires, el sistema Cinemasope, con el film "El Manto Sagrado". Épocas en que era común tener que incorporar cajones vacíos de bebida, cedidos por los bares cercanos, como butacas alternativas para dar cabida a las masas ansiosas por masticar las expresiones culturales. Dos años antes, un diecisiete de octubre de 1951, se realizaba la primera transmisión de televisión en el canal oficial con un acto por el Día de la Lealtad. El nuevo medio seduce y atrae pronto al joven Garzón.

Trabajó en Prensa de la Municipalidad de Campana primero como colaborador desde 1970, luego en 1974 quedó efectivo y se retiró en 1995. Imposible resumir la cantidad de actos, ceremonias, espectáculos y festejos que le tocó dirigir como organizador y locutor, en tantos años.

- ¿Cómo fueron sus años de trabajo entre 1976 y 1983?

- En Campana estaba Prefectura y me trataron inicialmente con respeto, mi labor era profesional. Cuando insinué que no todo estaba bien, tuve una respuesta evasiva con un discurso rígido e impenetrable. Seguí en mi tarea.

Su hija recuerda que en esos años sufrió mucho. Al final lo habían apartado a unas oficinas en un subsuelo desde donde escribió el poema "En las catacumbas". Tiempos en que para una gran mayoría fue como saltar del país derecho y humano para despertar en otro mundo sumergido, sangriento, verdugo. Como tantos, creyó ver buenas intenciones iniciales para evitar el desbarranque aunque pronto su fino olfato lo convenció de lo contrario. El clima de miedo imperante hizo el resto y se encapsuló en su labor profesional como docente y escritor.

Graciela repasa los momentos que quedaron tallados en su memoria. Cuando en la infancia su papá no leía sus cuadernos pero la acompañaba al cine y le leía los créditos en inglés, o cuando le regaló una colección de música clásica con el dinero que tenían para reparar una puerta de la casa. Los viajes a Buenos Aires, los sábados con amigos, para ver cine y teatro. Cuando él se paraba al lado del obelisco improvisando a viva voz una charla con Carlos Gardel o siendo la atracción de los que pasaban cantando "Mi Buenos Aires Querido". Siempre actualizado, sea en música o en el vestir, como buen sibarita o epicúreo. Lo recuerda muy puntual en el trabajo porque siempre quería leer los diarios de la mañana para estar bien informado o tratando de explicarles algún artículo a los ordenanzas de la municipalidad. Ella cree que la única tristeza de su padre es no poder volver a ver el mar y que el ego es hoy su refugio.

-Al retirarme del periodismo gráfico -dijo llevando su índice derecho al centro de sus anteojos- me dedique a conducir y producir programas de televisión en el canal local donde tuve un espacio durante dieciocho años y, en paralelo, di riendas a mi vocación docente con la creación del Instituto de Formación Periodística que funcionó durante diez años y donde se formaron muchos de los periodistas de la zona.

Ese jovencito regordete que de la mano de su hermana en el hall del teatro de Campana esperaba la llegada de Carlos Gardel, que al verlo llegar sólo atinó a decirle: ¡Carlitos!, y que recibió del zorzal la bendición de los famosos con la mano apoyada en su cabeza y la frase del comienzo, es un gran creyente, un hombre perseverante y en constante superación. Siempre con un proyecto en mente porque, como él mismo lo admite, su mejor medicina... ¡son sus proyectos! Todavía lo visitan sus amigos más longevos, aquellos que se pueden desplazar y subir las escaleras de su casa. Cultor de la amistad, recibe saludos el Día del Periodista, el Día del Locutor, el Día del Meteorólogo, el Día del Escritor… casi todos los días. En 1992 publicó "Las travesuras de mi nostalgia", que contiene una variada serie de anécdotas de su vida profesional.

Al lado de mi casa en mi adolescencia -dijo Ismael- alquilaban habitaciones y una de ellas la ocupó un enano con su esposa y un hijo, integrantes de un circo que había arribado a nuestra ciudad. Esa circunstancia me permitió acercarme al simpático enanito, Tucuta, y entablar un diálogo fluido que generó una amistad recíprocamente afectiva. El circo, con sus expresiones de gimnasia, malabarismos, elefantes, monos, payasos, música, danza e incluso teatro, era uno de los lugares preferidos de niños y grandes. Tucuta fue un amigo "diferente" porque llegó a comprender las ilusiones artísticas en toda la dimensión de mis sueños. El regalo más grande que me dio Tucuta fue la posibilidad de actuar bajo la carpa de un circo. Con un títere en cada mano y mi monólogo traté de entretener al público y ya en los camarines, finalizada la función, le agradecí la ocasión y lloré.

Por Juan Carlos Musso

De nuestras conversaciones…

A la memoria de Ismael Garzón

Octubre 2012


 
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