Bajaba del tren tomado de la mano de mi papá, subía a la Fiat 1500 de mi abuelo y rápido a casa a prender la tele, en una de esas pasaban el partido de San Lorenzo que había ido a ver. Ese domingo fue un día agitado y encima no había terminado, me acostaba deseando y soñando con que el "Toscano" Rendo me diera un pase, hacer una pared con el "Bambino" Veira, tirársela larga al "Loco" Doval, y que el "Lobo" Fischer meta un zurdazo que levante la red. Y ahí abrazarnos en el gol confundido entre camisetas azulgranas. Ese era mi deseo, jugar en San Lorenzo y con esos jugadores. Todos los días el patio y las macetas se convertían en mi entrenamiento diario para logar lo que más me interesaba. Llegar a la primera, ponerme esos colores, salir a la cancha, jugar, hacer goles, abrazar a mis ídolos, defender el honor de un equipo que me enamoraba todos los días. Sentía que mi deseo y mi interés era el de esos jugadores también. Ellos ya lo habían conseguido, ya defendían el honor y el respeto, permanecían en el equipo durante años así tengan que viajar en colectivo, la paga no era grande y el cero kilometro estaba fuera del alcance rápido. Sabían perfectamente la diferencia entre grupo y equipo, por eso nada, ni ningún interés extra estaba por encima de unos colores que alguien eligió por historia, esos colores que significaban sacrificio en cada entrenamiento, respeto por cada compañero, y respeto por cada persona que sentía los mismo que ellos, y entre esas personas estaba yo.
Así se siente el futbol. Mente, cuerpo y alma en algo que se lleva como camiseta adherida a la piel y al corazón. Así se desea en el alma llegar al objetivo, con mira telescópica incluida, que nació en la infancia. Tener que defender colores hasta el último raspón, hasta que pese la camiseta con el agua del sudor. El equipo por sobre todas las cosas. Aunque haya que viajar en colectivo varias horas para ir a practicar, aunque el agua caliente de la ducha del vestuario sea una quimera, no pasaba nada si a los botines le faltaban tapones, si la pelota pesaba una tonelada y si poara volver a sus casa la parada del colectivo quedaba a varias cuadras del estadio. Así eran nuestros ídolos de la infancia. Sacrificados hombres sin otro interés que un equipo campeón.
Tres adolescente se juntan en reunión ya anticipada, su equipo se juega grandes cosas para equipo grande. La noche pasa rápido y el sol los despierta en medio del desconcierto, de la ignorancia preparada. No solo los despierta la realidad, también los abofetea y decide su futuro inesperado. Una noche de alcohol barato, ruidos de música ligera, una chica de sexo fácil, un auto de paso y una cama desconocida. Así es el objetivo de los adolescentes cuando su equipo se sumerge en el dolor. Objetivos distintos, finales distintos. Hoy poco interesa el equipo, todo un entorno social mediático devora adolescentes. Les enseña la cultura cambiada, se la da vuelta y los descarta. El equipo poco importa, ya no hay colectivos, hay un cero kilometro, el agua caliente sale pronta, los botines hasta tienen alas para volar y una chica vedette reemplaza a la familia. Eso interesa, eso los conmueve y los mueve. A veces equipo no es sinónimo de placer. A veces el placer quedará de lado, muy de lado. Recordando a Sui Generis, habrá un montón de diarios apilados, una flor cuidando el pasado, un rumor de voces que gritan y un millón de manos que aplauden…cuando ya se empiecen a quedar solos…
Cuanta pena…!!!
HASTA LA PROXIMA
NESTOR OSCAR BUERI
Psicologo Social
Charlas conf. nestorb_ps@hotmail.com