La mayor parte del tiempo, a Alfonso, le resulta agradable la compañía de Lexus. Pero por momentos se le torna un tanto pesado soportar la carga del Ratón, con todo su bagaje cultural y reglas sociales, que suele recordarle y exigirle constantemente. Normas, que si bien ayudan a sostener una mejor convivencia, suelen contraponerse a nuestros instintos más primitivos y así contradecir a nuestra propia naturaleza.
Instintos que la propia sociedad limita, con leyes y normas éticas y morales. Acuerdos sin los cuales sería imposible sostener una civilización, ya que solo prevalecería la fuerza y, por ende, llevaría a continuos casos de injusticia; como la experiencia de la humanidad indica.
El hombre debe confrontar continuamente su naturaleza, sus impulsos básicos, con las restricciones que la sociedad le impone. Y acepta a diario este desafío, porque si bien suele resultarle molesto, sabe que es necesario para el bien de la comunidad toda, lo que redunda finalmente, en su poprio beneficio. Por lo tanto, debe respetar las leyes, aunque más no sea, por mero egoísmo.
Cada vez, que el hombre abandona las normas de convivencia, tarde o temprano, vuelve a ellas. De lo contrario, le resultaría muy difícil mantener el orden, que hace posible vivir en sociedad. Para ello, busca nuevamente, el control de los impulsos naturales; para recuperar el orden y la armonía entre los individuos.
Conciente de esto, Al tolera mejor los cuestionamientos y los irreverentes desaguisados de Lex. Entre ellos, prevalece la razón por sobre la fuerza. La nobleza de los objetivos supera a las dificultades, de los obstáculos.
Yo y el ratón el dilema de la rata cruel.