En 1960, el político yrigoyenista y escritor maldito Raúl Barón Biza obtuvo la concesión de los Pasajes Obelisco Norte y Sur en los que fundó un centro comercial con la pretensión de replicar el brillo de las Galerías Lafayette parisinas: "Cuando se licitó fui dispuesto a que me la adjudicaran aunque tuviera que vender para ello el alma al diablo." En esa época en que los urbanistas modernos todavía no vislumbraban el fracaso de sus sueños, el excéntrico personaje no advirtió el abandono que con los años acompañaría la atmósfera húmeda y acalorada que conecta las calles Carlos Pellegrini y Cerrito, por debajo de la avenida 9 de Julio. Estos pasillos por los que a diario transitan cientos de personas aceleradas sorteando algún que otro colchón improvisado, se habían construido 25 años antes y, hasta entonces, funcionaban exclusivamente "de refugio de pordioseros y malandras".
Allá abajo, en la Galería Norte, persisten negocios dedicados a la cosmética para calzado, la numismática y las antigüedades junto a cuchillerías, una peluquería y una galería de arte que ofrece desde pinturas de paisajes portuarios a $1200 hasta clases de tango y retratos a lápiz en el acto.
En el pasillo que se dirige hacia las boleterías del subte B una batería de vitrinas grafiteadas bajo la desatención de los comerciantes a cargo permanece en ruinas sobre las paredes, con excepción de unas pocas. Entre estas últimas, sólo una, la que pertenece a la cerrajería Metro, irradia una energía desconocida para esos pagos gracias a la gestión de dos artistas visuales y el hijo del cerrajero. En agosto de 2012, la campanense Laura Códega, junto con Aurora Rosales y Leonel Peirotén fundaron allí Metrónomo, un proyecto sin fines comerciales dentro de un gabinete que repararon para llevar el arte contemporáneo a donde parecía no caber.
Haciendo honor a su nombre, este espacio produce regularmente una señal en el mundo subterráneo: una vez por mes inaugura exhibiciones de artistas jóvenes quienes, en muchos casos, ya circulan por galerías comerciales e instituciones culturales. En ocasión de cada muestra, se organizan eventos en los que confluye la sordidez del lugar con el encanto artístico y, de allí, resultan situaciones tan extrañas para el ambiente del subte como para el del arte.
La misma Laura Códega junto a Julieta Ortiz de Latierro y la colaboración de Aurora Rosales investigaron sobre Barón Biza y realizaron una pintura-objeto que escenificaba la historia del controvertido millonario tras un cortinado teatral. En un interior burgués aparecían sus berretines, un retrato en el que posaba con un cuello de piel animal exuberante y el rostro de su mujer, Myriam Stefford, junto al avión en caída en el que se estrelló al pilotearlo. En la escena no faltaba el monumento construido en memoria de Myriam enmarcado en una pintura que podría confundirse con una geometría de Roberto Aizenberg; por debajo había una botella escultórica de Barón B de medidas descomunales y algunas réplicas de libros del escritor. Entre ellos estaba El derecho de matar -en cuya portada se ve una guadaña y una calavera- que el autor envió al Papa Pio XI con una dedicatoria que decía: "para que él sea una nota relevante de brillo en el salón entristecido de tu biblioteca oscura." Bajo la premisa de repensar al personaje mítico como un artista conceptual, Códega, Ortiz de Latierro y Rosales difundían las excentricidades de quien tuvo el desenfreno de declarar una huelga de hambre durante un almuerzo en el programa de Mirtha Legrand y arrojarle ácido sulfúrico al rostro de su última esposa, Clotilde Sabattini, para luego suicidarse con un disparo en la sien. La obra planteaba una lectura múltiple: a través de una historia signada por la acción política, la riqueza y la demencia permitía encontrar claves de un imaginario social de época y, a su vez, daba indicios del espíritu en el que se fundó el espacio en donde se exhibía. El hecho de que las directoras del espacio estuviesen involucradas en la intervención planteaba una indagación en las bases bizarras del propio proyecto.
Unas letras corpóreas espejadas conformaban la palabra "AHORA" que se instalaba bajo un reflector con sensor que encendía su luz cada vez que alguien circulaba por delante. Esta obra de Santiago Gasquet proponía una interacción con la inmediatez de un pasar que suele no registrarse como tiempo útil de la existencia. La intermitencia de la luz tenue habitual del pasaje se veía corrompida por una reacción resplandeciente ante el movimiento de los que podían reflejar su rostro en el cuerpo de la palabra escrita; se trataba de una operación que encaraba con su literalidad un aspecto invisible y fundante de la realidad: el presente.
La artista platense Paula Massarutti convirtió la vitrina en una pantalla tipo backlight generando una atmósfera de color que aportaba un magnetismo inusitado entre la opacidad del paisaje circundante. La obra recreaba una ilusión devenida de los carteles publicitarios luminosos pero vaciada de todo contenido propagandístico. El gabinete se convertía en una instalación minimalista que dejaba al descubierto la efectividad y autonomía de recursos visuales que abundan en el espacio público. Por su parte, Malena Pizani empapeló el fondo de la vitrina con una fotografía de un gato oculta tras una estructura cubierta por una tela negra de raso que generaba un volumen parecido a una versión dark de la Sagrada Familia. Lo curioso fue que la tela fue robada por uno de los habitantes temporales del pasaje para protegerse del frío durante la noche y el esqueleto de palos de madera quedó al descubierto inaugurando una segunda fase de la obra que pudo ser bien aprovechada por la artista.
En algunas muestras se sumaron shows de música en vivo que llevaron sonidos cumbieros, canciones y música electrónica a resonar en la acústica envolvente del pasaje. Quienes asisten especialmente a las ocasiones de apertura y cierre para pasar el rato junto a la vitrina suelen ser amigos del ámbito del arte. Pero lo que particulariza al proyecto es justamente la imprevisibilidad que aporta el sitio. La vitrina metrónoma nuclea a sus invitados entre el polvo urbano incitando la curiosidad del flujo peatonal que mira de reojo sin excluir del brindis a algún fanático de la embriaguez que anduviera de paso. La incorporación de públicos desprevenidos ante estas situaciones expositivas logran deshacer todo código propio de la tribu artística interpelando sus costumbres.
Koolhaas, Rem, Espacio basura, Ed. GGMínimo, México, 2008
Cada intervención provee de cierto afecto a un espacio áspero que en su uso parece ser pasado por encima, más que atravesado. Rem Koolhaas define lo que denomina como Junkspace a la sombra o residuo devenido de la arquitectura moderna y al presagio de lo que ocurrirá en todas partes: "El espacio basura es post-existencial: te hace dudar sobre dónde estás, oculta hacia dónde vas, deshace el lugar en el que estabas." . Entre sus ejemplos podemos imaginar no sólo infinidad de situaciones en autopistas, shoppings y aeropuertos sino las áreas públicas obsoletas que interactúan como fósiles vivientes en el aturdido despliegue urbano. El arquitecto holandés plantea que el arte suele rellenar este espacio en proporción directa a su propia morbosidad. A modo de antídoto de un espacio endemoniado, podría pensarse a Metrónomo como un kit de primeros auxilios con el que se intenta resucitar al muerto y, a su vez, como una renovación de la potencia que surge del histórico affaire entre el arte y el espacio público.
*Guadalupe Chirotarrab. Buenos Aires, 1978. Es investigadora y curadora independiente. Actualmente desarrolla su tesis de maestría en Historia del Arte Argentino y Latinoamericano en IDAES-UNSAM. Participó en el Programa de artistas, curadores y críticos 2013 de la UTDT. En 2002 obtuvo el título de arquitecta en la UBA. Entre 2009 y 2012 dirigió la Galería Foster Catena. Curó las muestras Retratos de mascotas de Verónica Gómez en el Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori (2013) y Poetics of Expansion en Dot Fifty One Gallery, Miami (2011), entre otras. Se desempeñó como docente en la UBA y la UADE en asignaturas relacionadas con la teoría del diseño y la arquitectura (2001-2008). Colaboró con el Boletín de Estética del Centro de Investigaciones Filosóficas dirigido por Ricardo Ibarlucía. Escribió notas sobre arte contemporáneo para las revistas Barzón, Sauna, Arte al Día On Line y el diario El Cronista. Junto a las artistas Catalina León y Florencia Rodriguez Giles integra Vergel, arte y cuidados paliativos, una asociación civil que se desarrolla en el Hospital de Niños R.Gutierrez.