En 1969, vaya a saber por qué designios y bajo cuáles circunstancias, nos reunimos por primera vez.
Éramos un grupo ecléctico compuesto por gente que apenas compartía la generación a la que pertenecía y algún que otro rato transcurrido sin mayores búsquedas de coincidencias, compatibilidades, pasados ni futuros...
Allí estuvimos Fabiana Di Lillo, Maryta Matas, Odulio Fernández, Enrique Dzikiewicz y yo, sin formalidades a la vista y sin asumir mayores responsabilidades, afrontando la decisión de conformar un grupo de teatro.
Otros nombres se sumaban para aportar su cuota de energía y entusiasmo: Rubén (Pichi) Garayalde, Silvina Katz, Daniel Rodoni, Sandro Balanza, Osvaldo Croce, Aníbal Aguilar...
Se había tomado la decisión de comenzar a ensayar la obra Las Moscas de Jean Paul Sartre, para la cual ya teníamos hecha la distribución de personajes y estábamos dispuestos a multiplicarnos para poder llevarla a escena respetando al máximo lo que entendíamos era la propuesta sartreana!
Como aún no se había inventado la fotocopia, y dado que el precio del volumen de Editorial Losada que contenía la obra era demasiado elevado para nuestras posibilidades, alguien comenzó a tipearlo en papel manteca imprimiendo doce hojas simultáneas con carbónico!
Cuando teníamos completo el libreto del primer acto comenzamos a leer la obra en mesa...
Y ahí apareció lo que tal vez fue el primer chispazo de sentido común de un grupo que no tenía ningún tipo de conocimiento previo sobre teatro y que solo contaba con la disposición y la voluntad: el proyecto superaba bajo todas luces las posibilidades con que contábamos... y el segundo acto nunca fue tipeado...
Pese al aparente fracaso, teníamos cada vez más clara la sensación de que queríamos hacer algo en el escenario que nos permitiera hablar de lo que éramos como individuos, como grupo, como jóvenes, como parte de la sociedad de una ciudad en la que habíamos crecido y en la cual sentíamos bullir a borbotones las contradicciones de nuestra adolescencia apasionada y romántica.
Sentimos que quizá la obra que queríamos representar no estaba escrita aún... y nos decidimos a llenar el vacío.
Por aquella época había empezado yo a trabajar como empleado bilingüe en una agencia marítima que no dejaba de seducirme a la hora de hacerme protagonista de grandes aventuras a bordo de buques enormes que iban y venían a los puertos más increíbles del mundo...
Más de una vez, a la mitad de la noche, llamaban a la puerta de mi casa para avisarme que debía ir a buscar a un marinero de un barco que estaba fondeado en medio del Paraná de las Palmas para acompañarlo al médico... Tenía que despertarme como nunca antes, ir hasta la oficina de la entonces Subprefectura, abordar la lancha que me llevaría hasta el buque, y cruzar el río hasta chocar con esa pared infinitamente alta y negra que era el barco visto desde el agua...
La cuestión es que, entre mañana y mañana, en los momentos que podía robar al trabajo de oficina, empecé a practicar mi dactilografía en la flamante máquina eléctrica recién adquirida por la agencia... El resultado fue, a lo largo de varios días, el primer acto de la obra que, si el resto del grupo lo aprobaba, comenzaríamos a ensayar de inmediato.
Cuando leímos juntos aquellas páginas decidimos entusiasmados abocarnos al trabajo de llevar a escena la que sería la primer realización de aquel grupo que aún tampoco tenía nombre.
La obra se llamó El Túnel, en tiempos en que ninguno de nosotros había leído aún la novela homónima de Sábato.
Al grupo le pusimos el nombre de Centro de Experimentación Teatral, seguros de que abordaríamos un camino que se nos hacía apasionante desde antes de empezar a recorrerlo...
El 6 de marzo de 1970 se estrenó aquella obra, en la sala del Teatro "Pedro Barbero" del Edificio "6 de Julio", colmada de un público que evidentemente estaba intrigado por la profusa publicidad oral móvil que habíamos contratado y de la cual todavía recuerdo las frases principales grabadas con la excelente voz del "Canchi" Forlani para el móvil de Estrada Publicidad: -Una obra con actores locales, con actrices locales, con director local y con autor local... Una obra de Campana para el público de Campana...
Pasaron hasta ahora cuatro décadas y media desde aquel episodio.
No recuerdo prácticamente nada del argumento de la obra ni del desempeño de los actores ni de las condiciones bajo las cuales se desarrollaron los ensayos y el estreno...
Solo sé que nunca más leí aquel libreto que, en hojas de papel manteca impresas con carbónico, aún conservo en alguna caja guardada en el estudio de mi casa...
Lo único que recuerdo son halagadoras imágenes llenas de emoción, compuestas por un público que colmaba la sala y que, de pie, en medio de un calor abrumador, aplaudía y vivaba al finalizar el estreno.
Recuerdo también que un allegado a la banda musical entonces de primera línea Los Gatos vino a verme después de terminada la función que hicimos en Zárate al poco tiempo, para proponerme comprarme aquella canción que constituía el monólogo de Mariano, cantado por un Odulio Fernández que se acompañaba apasionadamente con su guitarra sin saber que a los pocos años ya no podría seguir acompañándonos en el camino...
El Túnel contenía cinco monólogos, abordados respectivamente por los cinco personajes centrales. El monólogo de Mariano era aquella canción. La recuerdo perfectamente y podría cantarla de memoria. Sin embargo no recuerdo nada de los otros cuatro, incluido el de Néstor, que era el personaje cubierto por mí.
Fue sin duda alguna un gran éxito en la ciudad.
Evidentemente comenzaba ahí el camino que continúa hoy en día llevándonos de estación en estación, siempre adelante en algo que nadie sabe dónde terminará...
Tal vez la conclusión importante es la siguiente: nos movía una necesidad casi imperiosa de decir algo... de contar no la historia de alguien sino nuestra propia historia... de hablar al público de nuestros sueños y nuestros miedos, de confesarnos públicamente o de disfrutar juntos de una vida que se nos hacía al alcance de la mano. Me animaría a decir que ésa fue la tónica de El Túnel, así como la razón de existir de aquel Centro de Experimentación Teatral que solo nos invitaba a estar juntos para, juntos, decir algo, en una demostración cabal y contundente de que cada uno de nosotros no estaba solo... que nos teníamos y conteníamos mutuamente.
Años más tarde el Jefe de Relaciones Públicas de una de las empresas multinacionales más importantes de la ciudad, que por aquel entonces patrocinó alguna de nuestras puestas, me dijo: -Sigan haciendo siempre lo que ustedes sientan que quieren hacer, diciendo lo que sientan que quieren decir... No piensen en lo que el público quisiera que hicieran o dijeran...
Por esas cosas raras de la Vida, debo reconocer que tenía razón.
Fue exactamente eso lo que hicimos.
A lo largo de los años La Comedia de Campana ha hecho siempre lo que ha querido hacer.
De tanto en tanto se ha presentado alguna disyuntiva, y ante ella seguramente hemos actuado como nos impulsó la emoción más que la razón...
Una vez, estando en un festival internacional en la ciudad de El Jadida, en Marruecos, una de las actrices del elenco que representaba a Venezuela debía aparecer desnuda en el escenario.
El director decidió realizar la escena tal como estaba ensayada...
En los países árabes estaba prohibido el desnudo en público, por lo cual se preveía que podíamos tener problemas...
Como todos los integrantes del elenco en cuestión estaban ocupados en la escena, el director me pidió que le diera una mano con la entrada del público, ya que quería evitar los flashes de las cámaras fotográficas que en Marruecos brillaban por montones durante las funciones.
La sala estaba repleta de público.
Cuando se acercó el momento de aquella escena comencé a prestar más atención al público que a los actores...
Y cuando se produce la escena, impecable por cierto, más de la mitad de la platea quedó vacía ante un público que, sin conservar precisamente el mayor de los silencios, abandonó el teatro sin disimular el enojo...
Cuando terminó la función, el director, Gustavo Ott, me dijo: -Si me invitan yo traigo conmigo mi cultura y la cultura de mi país... Si no les gusta que no me inviten...- Aplaudo su postura frente a la cual alguien podría decir: -Si estoy en un país que no es el mío debo aceptar las imposiciones culturales inherentes al país anfitrión... Si no estoy de acuerdo con ellas, no acepto la invitación y no subo a sus escenarios...-
He aquí una importante disyuntiva que va más allá de lo estético...
No hay duda alguna acerca de que el teatro es un hecho estético. Sin embargo, al menos como nosotros lo entendemos y lo practicamos, el objetivo final está mucho más allá...
Brecht lo expresó con impecable claridad: "Cuando el Arte se hace sin partido es porque pertenece al partido de la clase dominante".
Tal vez aquel primer estreno de El Túnel haya sido, bajo la guía de aquellos sueños y con el impulso de aquella rebeldía, el primer pasito que La Comedia de Campana pudo dar en este camino infinito y apasionante que nos indujo siempre a enrolarnos bajo la consigna de Arte para la Transformación Social.
IMAGEN ILUSTRATIVA.