El camino del pie del barranco, es un antiguo proyecto histórico de nuestra ciudad. Ya en el año 1986 se discutía la hipótesis de vincular el sector céntrico con el barrio de Otamendi siguiendo la antigua traza del camino viejo, aquel que muchos recordamos como el sendero que recorríamos los 21 de septiembre hacia el destino obligado de todas las primaveras, las barrancas de Otamendi. Como alternativa de tránsito vehicular pesado es una hipótesis largamente debatida y cuyo valor no parece estar en discusión. Como anuncio y como proyecto es una oportunidad para celebrar, pero sin dejar de observar algunas cuestiones accesorias no menores.
El camino en si habrá de revalorizar un territorio que hoy no conocen muchos de los pobladores de nuestra ciudad, solo por el hecho concreto de que se trata de una zona con acceso limitado o inaccesible. Cuando se materializa un acceso se produce, el reconocimiento del sector por mayor cantidad de población, e inmediatamente surgen una suma de intereses que producen competencia sobre el espacio y distintas acciones, algunas positivas y otras no tanto.
El camino como según parece habrá de ser la traza final proyectada, vincula los barrios extraurbanos generando entonces un fenómeno de adaptación ya que se habrá de constituir en una vía alternativa de acceso al centro. El sector del bajo que va entre la traza y las vías del ferrocarril es un magnifico espacio verde quebrado, que para un poblador pampeano tiene la atracción adicional de los desniveles escasos en nuestra geografía plana. En alguna época, y precisamente por esa característica topográfica fue pensado como el parque costero. Al ser accesible puede ser fácilmente ocupado, con riesgo de que allí se interpongan usos o circunstancias no proyectadas. Es decir que el estudio de impacto necesario y obligado previo a cualquier intervención urbanística, debe considerar los potenciales usos y acciones para moderar consecuencias indeseadas o para generar usos alternativos programados y tan valiosos como la función misma del camino planteado. Por otro lado sería interesante no circunscribir una acción proyectiva de esta magnitud, que modifica un espacio territorial, cambia las pautas de usos urbanos, facilita el acceso al centro en una vía rápida alternativa, solo al valor proyectual de la traza de un camino central y su colectora, sin considerar toda otra acción sobre el territorio afectado, a efectos de no simplificar el problema y en la búsqueda de dar una solución al tránsito vehicular pesado, obtener como resultado alguna circunstancia adicional de efectos distorsivos para la vida urbana y el desarrollo local futuro.
Planificar es precisamente analizar a través de distintas herramientas las consecuencias territoriales de las acciones proyectadas sobre el suelo. No debemos dejar de considerar que estas acciones pautan y modifican conductas sociales urbanas y el impacto de esas nuevas conductas afecta a todo el territorio. Un camino agiliza y descomprime, pero tiene siempre un inicio y un fin y en esas situaciones también hay una interfase de conflicto con hechos existentes consolidados. Tiene un trayecto con situaciones accesorias a proyectar, obliga a una vigilancia adicional sobre las intrusiones en su entorno y genera un impacto en adaptación adicional por el incremento de transito en volumen y velocidad. El proyecto es central para la vida de nuestra comunidad porque abre un abanico de posibilidades funcionales y permite la revalorización de espacios no incorporados a la vida urbana, pero impone un desafío de planificación excepcional como quizás nunca tuvo nuestra comunidad desde sus orígenes donde el ingeniero Chapeaurouge, pensó una ciudad novedosa surcada por diagonales diferente a esta ciudad lineal que se perfila en relación a las vías de transito extraurbanas.
