La desaparición de Santiago Maldonado ha movilizado a toda la sociedad argentina. Es un hecho preocupante, cualquiera haya sido el contexto en que sucedió. Y no importa el partido político al que pertenezcamos: hay que reconocer que el dato de que haya podido ser una fuerza del Estado la responsable, agrava muchísimo la situación.
Estamos en Democracia y el Estado de Derecho es el contrato social por sobre el cual edificamos el resto de nuestras vidas y relaciones humanas. Si alguien infringe la ley, no importa con qué clase de delito, debe ser juzgado dentro de los marcos que impone la Constitución. De ninguna manera una entidad estatal puede considerarse encima o exenta de estas reglas básicas de ciudadanía.
Sin embargo, no podemos sostener tan livianamente que por la desaparición de un joven -en circunstancias aún por precisarse- vivimos en una dictadura. Muchos utilizan esa palabra sin siquiera haber padecido el último golpe de Estado. Lamentablemente, asistimos a una repetición de consignas vacías, diluidas de contenido porque se pretende reemplazarlo por otro de carácter político y militante.
La utilización de un caso alarmante como el Santiago Maldonado como recurso electoral o de propaganda en contra del partido gobernante es indignante. Al Gobierno nacional hay que exigirle la aparición con vida del joven, sí: pero no se puede suponer que su desaparición sea parte de un "plan sistemático" como quieren instalarlo ciertos sectores kirchneristas y de izquierda. ¿Fue el mismo plan el responsable de la desaparición de Julio López? Es una respuesta que bien podrían dar.
Es durísimo enterarse por los medios de comunicación noticias de este tipo, en especial cuando uno se pone a pensar en los familiares de la víctima. Por eso, debemos ser responsables a la hora de expresarnos y acompañar un reclamo legítimo. Insisto: la situación es grave, pero de ningún modo amerita acusaciones todavía más terribles.
Creo que la sociedad argentina ha hecho un esfuerzo enorme por dejar sus épocas más oscuras detrás, por generar un consenso alrededor de la más válida forma de organización comunal: la democracia. No se trata de una palabra hueca. Implica normas, procedimientos, derechos y obligaciones. Muchas personas tuvieron que morir para que volvamos a tenerla. Y otras tantas lucharon hasta el final de sus vidas para que pudiéramos conservarla, como el gran presidente Ricardo Alfonsín. Hoy vivimos en un Estado democrático. La desaparición de una persona nos retrotrae a episodios trágicos, más no significa per se la repetición de ellos. Por fortuna, nuestra democracia sigue fortaleciéndose día a día, aunque le quede mucho todavía para ser lo que soñamos.
Un fuerte abrazo,
Carlos Cazador
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