Participé esta semana de la celebración por los 100 años de la Escuela Normal. Fue un emotivo acto, con la participación de generaciones pasadas y presentes de esta emblemática institución y, por supuesto, autoridades municipales, del HCD y del Consejo Escolar. Mientras se sucedían los discursos y las entregas de reconocimientos, me puse a pensar en el pasado, en esas añejas aulas, y en la necesidad impostergable que revitalizar el legado de la Normal. Una misión que nos compete a todos, sin bandería política de por medio.
Me refiero sobre todo a su condición de escuela igualitaria. Hubo una época en que en sus bancos se sentaban los hijos de los obreros y de los comerciantes, de los médicos y de los maestros, de los trabajadores de Dálmine y hasta del intendente de turno. Había por ese entonces una educación de calidad y al alcance de todos los estratos sociales. Es decir, la democracia cumplía con su rol fundamental: igualar las oportunidades de los ciudadanos.
Lamentablemente, eso se fue perdiendo de a poco, hasta que un día nos dimos cuenta que ya no lo tenemos más. Se sabe desde hace tiempo que en nuestra ciudad, como en la gran mayoría de todo el país, si se quiere obtener para los hijos una formación buena y competitiva hay que meter la mano en el bolsillo y desembolsar varios pesos al mes. Esto no es por la migración de los maestros y profesores más capacitados al sistema privado: es responsabilidad absoluta del Estado por desviar los fondos necesarios para mantener en buen estado de salud nuestro sistema educativo.
Pero también nosotros debemos replantearnos como sociedad si la educación pública, gratuita y de calidad está presente en nuestra agenda de demandas y en un lugar preponderado. En definitiva, hay que hacer mea culpa y preguntarnos por qué la cuestión de la educación solo sale a flote cuando se discuten los salarios docentes, o algunos chicos toman una u otra escuela protestando porque en el salón no hay calefactores o aires acondicionados. Los sueldos de los maestros y la infraestructura escolar son importantes, claro que sí: pero poco se habla de cómo, qué y por qué se les enseña a los chicos lo que ven en clase.
En definitiva, y pongámonos una mano en el corazón, no elegimos mandar a nuestros chicos a una privada porque temamos que pierdan muchos días por paro, o porque imaginamos que se les puede caer algo en la cabeza. Lo hacemos porque tenemos la certeza que allí los contenidos y la exigencia serán otras. Ante esa idea, cada vez fueron más los padres que realizaron el esfuerzo de pagarles colegios no estatales a sus hijos: podríamos decir que parte de esa heterogeneidad que antes se veía en la Normal hoy está presente en la Anibal Di Francia o en el Santo Tomás. Eso no lo podemos seguir permitiendo.
Tenemos que plantar la bandera de la educación tan firmemente como salimos a la calle pidiendo seguridad, o por causas como el Ni Una Menos, la muerte del fiscal Nisman o la desaparicón de Santiago Maldonado. En juego esta nuestro futuro. Y el desafío de revivir lo mejor de nuestro pasado.
Un fuerte abrazo,
Carlos Cazador
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— Carlos Cazador (@CarlosCazadorOK) 11 de enero de 2016