Es hora de confesiones. Puedo confesar que muchas veces caminé por esta ciudad de casi todos mis días, canturreando "¡Dale Viola, dale viola!" sin miedo y con la cabeza alta. No como antes, como el día en que dije que era hincha de Dálmine y me miraron como a un bicho raro. Sí, puedo hacer estas confesiones porque Dálmine está por cumplir 60 años. Y también puedo escribir con el corazón, con los recuerdos, con la nostalgia, con la garganta lastimada de gritar gol.
Porque hoy yo no tengo 76 años. Tengo 20 y la misma emoción -inexplicable- de aquel primer sábado de 1961 cuando el "Viola" inició su historia en el fútbol oficial de los torneos de ascenso de AFA. Eran los tiempos de Masuelli; Gutiérrez y Coronel: Dopazo, Chiarle y Monteiro; Borean, Montero, Luisito Cesáreo -el gran goleador- Torello y Moyano. Y tantos otros...
¿Qué es esto de ser hincha de Dálmine? Una forma de fe, por supuesto. Una apuesta a sufrir o gozar en cada fecha, que no conoció la categoría mayor, y uno lo sabe, pero igual trepa por el cemento de la tribuna, se deja mozar y ser feliz como aquella tarde del 23 de octubre de 1985, cuando por primera vez vencíamos en partido oficial de AFA a un auténtico grande como Racing Club con tres goles de Guerrero. Tiempo después, también de local a Huracán.
Es un grito que hace estremecer la pasión futbolera, de esta ciudad del nombre de resonancia y mucho más lejos de su propia frontera. Es la amargura de ese ayer cuando dejó su primera casa. Es este hermoso presente. Es el recuerdo para Uppi, que como tantos otros lo quisieron grande.
Es el del fútbol elegante del "Negro" Benítez, el de la solvencia de Garibaldi, Guastavino, Heredia. Mastrogiuseppe. El de Catalano, Lergen, Tallarico, Juan Alberto Martínez y Miguel Ángel Benítez; el de la magia de "Chiqui" Portillo. Aquel de Repetto y Villagra. Ese de Oviedo, Gómez, Bases, Saucedo, Soriano, Cérica… El de Mario Contte, Corti, Panichelli, el "Nene" Basualdo, José Céliz, Labonia, "Sapo" Barrios, Miguel Castrellón, Horacio Falcón o tantos otros nombres en una todavía joven historia de ricos matices.
Es el Dálmine de Roberto Frattini, que desde la popular marcó el único camino para hacer del fútbol una verdadera fiesta. Es el de la salvación del ascenso ante Lanús en el hoy desaparecido "Gasómetro" de Boedo, o el condenado a la "C" por los famosos penales ante El Porvenir, en campo de juego de Atlanta. Es el que fue y volverá a ser carnaval en la cancha y en las calles, fuera de la fecha fijada en el calendario por el "Rey Momo". Es el siempre recordado y querido Calabró.
Por todo esto, por mucho más, por todo lo que representa en el ámbito deportivo de esta importante zona, yo soy hincha de Dálmine, a pesar que todavía no figure en la cartelera estelar del fútbol grande de Primera.