Semana tumultuosa, con terremoto incluido. Finalmente, el G20 deja su estela y marca un hito histórico para la Argentina. Durante tres días los mandatarios que concentran el 85% del dinero del mundo estuvieron entre nosotros. Todo marchó bien, hemos vuelto al ruedo en lo que respecta a la inclusión en el panorama político y económico internacional y la sensación que queda es esperanzadora. Dejamos de invisibilizarnos , que no es poco. Ojalá se hayan podido hacer buenos acuerdos, se limen diferencias entre opositores y podamos lograr sacar la cabeza del agua. La Argentina necesita inversores, nuevos impulsos y, sobretodo, consenso. Reflotar la imagen negativa que supimos conseguir en la última década no es cosa de un día. Tendremos que saber aplaudir los méritos y señalar los deméritos de los que nos gobiernan democráticamente, derrocando las teorías conspirativas y marcando nuestras necesidades.
Por mi lado, señalo como nota de color al primer ministro de India Narendra Modi que participó de una meditación con más de cuatro mil personas en el predio de la Rural, la buena onda de Brigitte, la primera dama francesa, el operativo de seguridad de Bullrich que funcionó a la perfección y las lágrimas del presidente Macri al finalizar la Gala del Colón. Es bueno saber que tiene un corazón adentro del pecho. Cuanto a la Gala, de gusto dudoso, parecía por momentos una discoteca y el repertorio innovador, ante figuras históricas (y olvidadas) como Piazzolla, quedó deslucido. Quizá mi error fue tener una alta expectativa. Las marchas de izquierda fueron iguales a las que suceden en todo el mundo, con los mismos reclamos y los pechos al aire, cuerpos pintados , pañuelos y banderas con slogans trillados. Los rostros esta vez no estaban tapados. Hemos avanzado.
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