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» Este artículo corresponde a la Edición del domingo, 11/ago/2019 de La Auténtica Defensa.

Fútbol Infantil:
Un picado en el barro
Por Néstor Bueri





 Néstor Bueri

La canchita del barrio pintaba tierra en el medio. Casi todos los potreros de la época no escapaban a esa regla. Es lógico: el juego siempre lleva para ese sector. En los días de sol, entre revolcón y revolcón, el sudor nos ponía tierra pegada en cada parte del cuerpo que no estaba cubierta. La cara, los brazos, las piernas… toda una cosa pegajosa que llamaba a ducha obligatoriamente.

Pero si había algo divertido y distinto era jugar un partido en el barro. No había muchas oportunidades: si bien existían días de mucha lluvia, lo que no había ni se negociaba era el permiso materno. La puerta de salida permanecía con llave tanto para mí como para mis amigos. Entonces, para que eso ocurra deberíamos estar en la canchita y que se largue a llover. En ese momento el juego cambiaba por completo.

La pelota pesaba una tonelada más, las medias cada vez más bajas y las zapatillas hacían ruido a inundación en cada corrida. Secarse la cara para poder ver significaba perderse alguna situación inevitablemente divertida. Era el único momento del partido donde uno medía al adversario y le dejaba adelantar la pelota con el solo hecho de tener una excusa para patinar hasta ella, poniendo todo el cuerpo al servicio de un hermoso charco que se había formado cerca del córner.

Jugar un picadito en el barro tenía también sus contras. Llegando tarde a una pelota lograba lo que para mí era el peor dolor de todos: un choque de canillas. Esa situación de golpe eléctrico nos dolía a los dos; solamente el que lo sufrió sabe lo que se siente. Era arrodillarse y frotarse disfrazando la cara, apretando los dientes y maldiciendo a Dios y María Santísima. Lo peor era que no se sabía quién había hecho el "ful".

Otro golpe dolorosísimo era la ya conocida "paralitica", que consistía en un rodillazo al costado del muslo. No había forma de que te levantes al instante después de ese golpe. Una mezcla de amputación, temblor y desconcierto hacía que se te nuble la vista y uno no sabía si mover la pierna o dejarla quieta.

Y la principal contra del partido en el barro era la llegada a casa. Se escuchaban siempre las mismas frases: "Ayy, mirá cómo viene este…", "Pasá, pasá pa´dentro, pasaaaa!!!" "¡Ahora vas a ver cuando llegue tu padre!", "Agarrá los patines que recién enceré el pisoooo!". Todo esto con una ojota blandiendo en la mano más precisa de mi mamá.

Pero uno era jugador de futbol, entonces la tiraba larga en semicírculo tratando de eludir el chancletazo que siempre acertaba a la parte más cerca y que le quedaba más a mano. Cualquier parte de mi cuerpo le quedaba bien. Pero quién me iba a quitar la alegría de esa diversión rara que se daba muy pocas veces. Como significar la diversión cruzada con la naturaleza. Jugar a la pelota en el barro y lloviendo era el desafío de la aventura más difícil, todo el juego se modifica hasta el extremo de disfrutar aún más cada logro. Toda esa diversión y alegría compartida con los amigos era un plazo fijo a la risa, al abrazo y a la amistad por siempre. Después de un partidito en el barro, seguramente habrás logrado tener más amigos que antes.

Néstor Bueri / Psicólogo Social


 
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