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» Este artículo corresponde a la Edición del domingo, 22/mar/2020 de La Auténtica Defensa.

Buena madera
Por Santiago Tomás Mengual




El taller "El Tugurio" nació de la necesidad, pero hoy se proyecta como base para la concreción de ideales y sueños. La responsabilidad y la solidaridad como ejes de trabajo en el barrio Lubo.

Sebastián (45) levantó su hogar en el terreno lindero al de sus padres, en pleno barrio Lubo. Fue hace muchos años atrás, cuando se enteró que iba a ser papá. Se encontraba en un dilema: nunca había construido una casa y tampoco tenía el dinero como para pagarle a un albañil. Entonces, contrató a un viejo sabio del barrio que había trabajado de eso toda la vida para que le cebe mate y le dé indicaciones. De a dos hileras de ladrillos por día, al tiempo la levantó.

PEDAGOGÍA DE LA ACCIÓN

Con la madera pasó le pasó algo parecido. Aunque siempre había sido bueno trabajando con las manos, nunca se había dedicado a la carpintería. Fue el desempleo el que lo empujó a buscarse un nuevo oficio. Tenía algunas herramientas a mano y sabía que la materia prima era accesible. Aprendió al mismo paso que iba poniendo en funcionamiento el viejo taller en el fondo de su casa donde en otros tiempos había trabajado su padre.

No es la única conexión con sus antecesores. En el patio se puede observar una huerta en pleno crecimiento y en la casa, por ejemplo, una heladera "Siam" que él mismo arregla cuando tiene alguna falla. "Volvamos a nuestros abuelos: hacer quinta y producir las cosas nosotros mismos", pide mientras ceba un amargo. "Dejemos el plástico, volvamos a los tornillos y la madera".

Aunque al comienzo fue un autodidacta, al poco tiempo de empezar con el taller comenzó a formarse. Actualmente viaja semanalmente a Tigre, donde está agregándole a la práctica su complemento teórico: "Aprendí que trabajamos con vida. La madera tiene humedad. Si la corto, se dobla, se tuerce. Una cosa es lo que pasa por fuera y otra cosa es lo que pasa adentro" y sigue, "La madera tiene que ser cortada acorde al ciclo lunar. Tenés que esperar que su savia esté en las raíces porque si no la madera es más pesada y se va a pudrir. Todo está entrelazado. Por eso, también, la responsabilidad de decir: árboles autóctonos no".

Las palabras del carpintero dan pie a señalar otra de las prioridades del taller: la reutilización de recursos y la responsabilidad con los tipos de madera con los que se trabaja: "Usar quebracho que tarda cientos de años en crecer para hacer un mueble me daría mucha tristeza. Hay que reciclar la madera o usar árboles que crecen rápido", reflexiona.

Ni él ni Emilia (25), la otra mitad de "El Tugurio", prefieren dar los apellidos. Buscan que el proyecto se convierta en algo colectivo, que supere las individualidades para ser engranaje de una red de vecinos donde prime la solidaridad. Ella también arrancó con la madera por necesidad.

Fue el año pasado cuando hizo una publicación en su Facebook después de quedarse sin trabajo. Sebastián le respondió que pasara por su casa y esa misma tarde comenzaron a darle forma a la idea de trabajar juntos.

"Sabía usar herramientas y tenía alguna experiencia previa, aprender fue rápido", cuenta Emilia y retrata la forma que tienen con su compañero de encarar el labor: "Buscamos que sea lo más llevadero posible y que las cosas estén bien hechas. No hacemos las cosas a las apuradas. También es importante hablar entre nosotros, contarnos las novedades, saber cómo estamos".

Sebastián remarca la importancia del cruce generacional, mezcla de experiencias. Y se puede palpar, por ejemplo, en la música que ambienta el espacio de trabajo. Gracias a Emilia conoció grupos punk con letras anarquistas que le fascinan. Mientras prende un cigarrillo busca es su computadora una lista con bandas y películas que fue conociendo gracias a su par más joven: "Tengo todo anotado", dice sonriendo.

ECONOMÍA SOLIDARIA

La otra cara de "El Tugurio" es "Qamkunapah" ("Para ustedes" en Quechua) donde la carpintería está puesta al servicio de causas solidarias. Comenzó con Sebastián haciendo cuchas para perros con materiales reciclados que regalaba a sus vecinos, pero ahora tomó una nueva dimensión con la conexión que él y Emilia tienen con el centro cultural "La Pachamama".

Además de colaborar con arreglos de mantenimiento en el espacio de la calle Jean Jaures y Sarmiento, comenzaron a colaborar con el comedor "Don Narciso" del barrio Dignidad a donde en ocasiones el centro cultural lleva el proyector con películas para los chicos: "Transitando la economía popular uno se vuelve más solidario. Empiezan los trueques, la reciprocidad. Al empezar a solidarizarte con otros compañeros, creás un mercado más humanitario, no tan desigual y a la vez consumís menos" explica el artesano mientras me muestra trabajos en cuero y metal, las otras variantes de "El Tugurio". "Soñamos con que si en el futuro un compañero cae en desgracia, podamos ayudarlo. Ser solidarios, sin pedir nada a cambio", resume.

Emilia dispone de su bicicleta para emprender el regreso a su casa y con Sebastián nos quedamos tomando los últimos amargos. Suena una banda de punk francés. La letra relata la resistencia anarquista en Ucrania frente al avance de la URSS, mientras me cuenta historias sobre los días apocalípticos del 2001.

Es interesante pensar qué podría pasar si entre todos pusiéramos en práctica las ideas que sostienen al taller: lazos de solidaridad entre vecinos, donde quienes compran conocen a quienes venden y viceversa. Donde sabemos que si nos pasa algo, hay una red de personas dispuestas a ayudar. Suena idealista para una ciudad cada vez más acostumbrada a resignar la calle a las rejas, pero basta con escuchar a nuestros abuelos, rememorar aquella vida, para saber que no es una quimera.

Para contactarte con el taller de Sebastián, buscálo a través de Facebook o Instagram bajo el nombre "Qamkunapah" o "Carpintería El Tugurio".



 
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