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» Este artículo corresponde a la Edición del domingo, 06/dic/2020 de La Auténtica Defensa.

Fútbol Infantil:
El que no puede faltar
Por Néstor Bueri







Néstor Oscar Bueri

Cuando teníamos ganas de jugar a la pelota, y eso sucedía todos los días, lo primero que teníamos que saber era quién tenía la pelota. Ese siempre tenía que estar, ese no podía faltar y tener una pelota no era tan fácil. Pocos lugares de venta y muy poca variedad eran las principales causas para que la única pelota existente en un grupo de amigos se cuidara más que a cualquier otra cosa. Se la limpiaba, se le pasaba grasa para que no se seque el cuero y se la inflaba casi seguido para que no se corra la cámara.

Tocar el timbre de tu amigo y que salga con la redonda abajo del brazo era la maravilla del mundo. Juntarnos en la esquina y escuchar picar la pelota era el sentimiento único del futuro juego con los mejores amigos. Y hacia la canchita íbamos en fila y amontonados, ordenados y desprolijos, todos alegres, felices y contentos con la pelota y su dueño.

Una vez que pisábamos el potrero, la pelota cambiaba de dueño y todos éramos su cuidador. El elemento lúdico se compartía hasta confundirse en piel y en alma de un juego tan extenso como el tiempo sin horario. Sea quien sea el dueño de la pelota no podía dormir la siesta ni hacer los deberes en horarios de juego, estaba como obligado a pertenecer. Si por una de esas casualidades no podía jugar, que se asome por la ventana y nos preste la pelota; esa era una demostración de un liderazgo significativo como para saber que íbamos a cuidar la pelota como nuestra. Sea quien sea, juegue mal o juegue bien, sea uno o sea otro, el dueño de la pelota no puede faltar.

Hoy hace diez días que toco el timbre del dueño de la pelota y no sale. Lo llamamos por encima del tapial y el silencio queda vacío, llenando el espacio de angustia. Golpeamos las manos, que queden rojas de tanto aplauso y no sale. No se asoma, no aparece, no dice nada.

La ansiedad de la espera y el silencio de miradas vacías nos toma por sorpresa y hasta pensamos que se esconde para gastarnos una broma como siempre. Amagamos a irnos y volvemos a llamar, caminamos lento la vuelta como para darle tiempo a la esperanza. Nos detenemos y volvemos a mirar, a llamar y el Diego no sale con la pelota. Y nos quedamos en la esquina, sentados en el cordón de la vereda, jugando en silencio con unas ramitas que sirven de psicólogo. El dueño de la pelota se mudó de barrio y nos dejó sin nada como para seguir jugando. Quizás Diego no sepa el daño que nos causó y quizás nosotros no sepamos el daño que le causamos para que nos deje. Como diría Saint-Exupéry en El Principito: "Por supuesto que nos haremos daño el uno a otro, pero ésta es la condición misma de la existencia. Para llegar a ser primavera, significa aceptar el riesgo del invierno. Para llegar a ser presencia significa aceptar el riesgo de la ausencia". Un riesgo demasiado grande para que nos deje el Dueño de la pelota.

Hasta la próxima, Diego.

Néstor Bueri / Psicólogo Social


 
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