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» Este artículo corresponde a la Edición del domingo, 20/dic/2020 de La Auténtica Defensa.

Fútbol Infantil:
La calle, otra opción
Por Néstor Bueri







Néstor Oscar Bueri

Llegué a visitar a mi sobrino que aún vive en la casa donde pasé mi infancia. Recién se había levantado ese sábado con los pelos con ausencia de peine, los ojos en forma oriental y la cara que vendía almohada. Mientras mi mamá le ponía agua a la pava lo invité a sentarnos en el umbral de la puerta como lo hacía mi viejo cuando tenía ganas de hablar de fútbol. Tuve que poner toda mi astucia y poder de convencimiento para que deje la compu. "La cabeza como un televisor te va a quedar", decía mi papá.

Nos sentamos, me arremangué un poco el pantalón para que el umbral me quede más cerca y mientras la embocaba en el asiento, el aire parecía cambiar. Es muy difícil el tema de conversación en tanta diferencia generacional. La calle amontonaba autos de vecinos estacionados, una bolsa enorme de escombros cerca del cordón de la esquina, un conteiner esconde arreglos caseros y ramas de una poda desprolija. Ese lugar imperfecto, hace mucho tiempo, era el lugar perfecto para un enorme partidito callejero.

En las pocas veces que no se iba a la canchita, la calle era una buena opción para seguir aprendiendo a jugar a la pelota. Las líneas de brea marcaban las líneas del arco, el fondo de la cancha, la salida del medio y, por supuesto, los cordones formaban el lateral.

Miraba cómo había que tratar de no mojar la pelota con el agua del cordón, sentía como era obligación gritar los goles, cómo era difícil ser arquero con más de un raspón sangrante merodeando en los primeros minutos. Más de una vez a buscar la pelota cerca de la esquina por aquel "puntín" inigualable y más de un insulto porque la búsqueda no era rápida y la pelota se paseaba por el agua sucia.

El partido solo se interrumpía cuando rara vez pasaba un auto y había que quedarse "estatua" y comenzar en el mismo lugar apenas pasaba la línea de fondo. El partido en la calle era un antecedente premonitorio y transgresor de lo que hoy es "jugar en espacios reducidos", pelota rápida, pases cortos, goles cerca del arco y velocidad de juego, nada menos. La pelota a ras del asfalto se gastaba más, las "Flechas" duraban un poco menos, pero la mente ganaba velocidad de juego, se jugaba siempre con los pies, no había muchas posibilidades de que la pelota esté por el aire. Para el famoso "futsal" de hoy seguro alguien se inspiró en calcar el partidito en la calle y que dejó de jugar alguna vez

Respiré hondo y miré para el costado. Estaba solo, mi sobrino había vuelto a la compu. Andá a saber en qué momento se aburrió, si cuando grité el golazo que hice, si cuando me reí por ese gol en contra, si cuando por gritar el gol de mi amigo Walter nos caímos en un recuerdo canino… No lo sé.

Mientras mi mamá ya tenía la yerba lavada me di cuenta que nunca se deja de ser historia. El pasado feliz siempre es presente. La calle y la pelota siempre están. La alegría, la libertad del juego, el jugar como se me antoje pasaron cerca cuando me senté en el umbral. Un bocinazo perdido y una carretilla tirando escombros destruyeron el partido y volví a la realidad. La calle de tantos partidos perece arrugada y ya sin vida, el cordón muere de sed y las líneas de brea van desapareciendo por ruedas sin respeto. Todo para que no me quede la cabeza como un monitor.

¡Hasta la próxima!

Néstor Bueri / Psicólogo Social


 
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