El crecimiento espiritual implica aprender a transitar livianos nuestros propios desiertos y a vencer sin vacilaciones las tentaciones y distracciones que se presentan en el camino.
El Evangelio de hoy, primer domingo de cuaresma, refiere a San Marcos Capítulo 1, versículos del 12-15: "En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: renuncien a su mal camino y crean en la Buena Nueva".
El desierto es el lugar de la soledad y del mal, y ahí Jesús pasa 40 días. El número 40 en la Biblia representa "el tiempo o cantidad suficiente". En el desierto Jesús es tentado por Satanás, por lo que las Escrituras nos muestran solemnemente que Jesús viene a este mundo a combatir todo aquello que es malo. Él actúa movido por el Espíritu Santo, y su obra en este mundo es la acción de Dios.
"La lucha de Jesús - comenta el Padre Rufino Giménez- es contra toda potencia del mal. Hoy para nosotros no es diferente: nuestra lucha no es contra personas, sino contra principados y potestades, tal lo explica San Pablo. En medio de la soledad del desierto, y en peligro, los ángeles le servían. Dios está con él y lo acompaña en su lucha. Del mismo modo, Dios no nos deja solos en nuestras luchas de todos los días. En el Miércoles de Ceniza, la Palabra nos proponía una perspectiva de vida, poniendo en primer lugar a la oración, que significa la apertura a Dios; luego la limosna, que significa la apertura al prójimo que nos lleva a la solidaridad y a la fraternidad. En tercer lugar, el ayuno que es una invitación a la sobriedad personal y autocontrol. Siguiendo ese camino trazado por el Evangelio de Marcos, encontramos una alianza a favor de la vida. Ante la negativa y el pecado del hombre aparece el amor y la misericordia de Dios, que son derramados sobre nuestras miserias no importa del calibre que sean".
"Nuestra tentación mayor es el conformismo. Nos adaptamos fácilmente a cuanto nos rodea. El Espíritu del Señor nos empuja al desierto de la vida cotidiana para que podamos discernir entre lo que nos humilla y lo que nos libera. Lo que nos sana o nos esclaviza. No conviene que nos dejemos arrastrar por la corriente turbia. Superemos las tentaciones de la pasividad, la indiferencia, el egoísmo, el orgullo y sobre todos dejemos de buscar disculpas para no perdonar… Es preciso que purifiquemos nuestra conciencia. Dios se ha comprometido con la vida del hombre y su compromiso pasa por nuestra fidelidad. Por lo tanto, el reto de la cuaresma en primer lugar es identificarnos con Cristo. En segundo, creer en su mensaje. Y en tercer lugar, tenerlo como norma de vida. Por Él, con Él, y en Él, se superan las tentaciones de la pasividad y también se purifica la conciencia y nos hacemos así testigos de la Resurrección", concluye el Párroco de Nuestra Señora del Carmen.
Rufino Giménez