A lo largo de la historia, los malos gobernantes han utilizado el miedo para imponer una presión fiscal cada vez mayor, llegando a la expoliación de sus propios ciudadanos; un punto de inflexión para las rebeliones.
El principio básico que nos guía en éste artículo es muy simple: cada persona es dueña de su vida y debería actuar siempre en favor de su propio interés. Un principio racional, de sentido común, que no había sido reconocido hasta que el soberano de Inglaterra Juan Sin Tierra firmara la "Carta Magna" en 1215.
Durante miles de años más del 90 por ciento de la humanidad fue pobre, explotada y expoliada por sus gobernantes, los reyes, quienes les prometían protección ante los forajidos.
La primera Carta Magna de Juan Sin Tierra reconocía el derecho de los ciudadanos a poseer y heredar propiedades. Aquel reconocimiento del derecho de propiedad era acompañado con una mención, tal vez la más importante en aquella época, de proteger al ciudadano de los "impuestos excesivos". Tal mención, que podría pasar desapercibida, comenzaba a reconocer la potestad de "ciudadano" a todo individuo habitante de una nación o reinado.
En 1628, la "Petición del Derecho" iniciada por Sir Edward Coke en Inglaterra hacía valer, entre otros principios, la importancia del Parlamento en cuestiones impositivas: "No se podrá recaudar ningún impuesto sin el consentimiento del Parlamento"; mismo que sería adoptado como lema en las Colonias norteamericanas, para limitar la carga impositiva de las autoridades inglesas, en la conocida frase "No taxation without representation" (No hay tributación sin representación).
Más de un siglo después, el 16 de diciembre de 1773, tuvo lugar el Boston Tea Party -o motín del té- cuando un grupo de colonos arrojó al mar la carga de té, de tres buques británicos. Se trataba de una rebelión ante una ley del imperio inglés, que imponía retenciones a las importaciones, para beneficiar de ese modo a ciertas compañías de las indias orientales.
Es paradójico que el ser humano resista durante tanto tiempo la carga impositiva sin rebelarse. Sólo resulta comprensible al considerar que los gobernantes echan mano al miedo para imponer y hacer cumplir sus gravámenes. Lo cierto es que, en algún momento, las rebeliones finalmente surgen y cuando lo hacen suelen ser imparables.
El mayor obstáculo que sufren las personas, a la hora de advertir su derecho a no ser expoliados, resulta ser una falsa moral, o cierta culpabilidad religiosa. Los funcionarios del Gobierno apelan a la culpa, derivada de un ancestral "pecado", que surge de faltar a las reglas impuestas por un ser superior, representado en éste caso por una entelequia llamada Estado. También tenemos a los políticos, en campaña o en ejercicio del poder, apelando al "bien común"; hijo dilecto de la culpa y el sacrificio, además de perfecto comodín para amenizar discursos colectivistas.
Gran cantidad de personas entienden como un mandato, o "deber", el sacrificarse por un mentado "bien común". Tal como decía Ayn Rand: "El mundo enfrenta una alternativa: si la civilización ha de sobrevivir, es la moralidad altruista la que los hombres deben rechazar". Ella conocía perfectamente el dilema del "altruismo", y decidió atacarlo como un problema filosófico. El altruismo en su máxima expresión implica el sacrificio por los demás, sin obtener nada a cambio. Es la pérdida de la individualidad; implica transformarse en un medio para los fines de otros: "un animal sacrificable".
En su libro "La virtud del egoísmo", Ayn Rand advierte: El ser humano ha sido definido como un ser racional, pero la racionalidad es cuestión de elección, y la alternativa que su naturaleza le ofrece es: ser un individuo racional o transformarse en un animal de sacrificio. El individuo es tal... por elección; tiene que mantener su vida como un valor... por elección; debe aprender a sustentarse... por elección; debe descubrir los valores que la vida requiere y practicar sus virtudes... por elección. Por ende: un código de valores aceptado ‘por elección’ es un código de moralidad.
El altruismo tiende a ser un mandato y como tal, deja de ser voluntario. En sentido etimológico, puede resultar en un sacrificio a costa del interés propio. En una sociedad libre -comerciante o capitalista- las personas colaboran voluntariamente entre sí; nadie le pide a usted que se sacrifique por los demás de una forma desinteresada. Trabajamos, comerciamos y vivimos nuestras experiencias por interés personal. Hay quienes nunca se han detenido a pensar que todo lo que hacen, incluso amar a otros, es por su propio interés.
Según Ayn Rand, la perfección moral se consigue rechazando "códigos de virtudes" irracionales -imposibles de practicar- o culpas inmerecidas. "Significa rechazar tanto el papel de animal de sacrificio como cualquier doctrina que predique la autoinmolación como una virtud o deber moral".
Finalmente, la elusión fiscal en muchos aspectos no es ilegal, tampoco es inmoral y mucho menos un pecado. Usted puede buscar formas creativas de evitar el pago excesivo de impuestos. En tal sentido, su única obligación moral debería ser no auto-perjudicarse, para no convertirse en sacrificable, en pos de un colectivo populista.
En la Argentina, el ciudadano productivo sufre una carga impositiva superior al 60%, literalmente una expoliación y por ende una inmoralidad política condenable, que en el pasado ha sido causa suficiente para una rebelión.
Usted puede buscar formas de evitar el pago excesivo de impuestos. En tal sentido, su única obligación moral debería ser no auto-perjudicarse