Nos encontramos ante una oleada mundial de proyectos de regulación de las actividades humanas, en especial las más innovadoras: la pandemia y la guerra han despertado los ánimos intervencionistas de los legisladores.
El parlamento europeo amenazaba con prohibir el PoW (proof of work o prueba de trabajo) en la minería de criptomonedas debido a su alto consumo energético, pero el pasado 14 de marzo la Comisión de Asuntos Económicos y Monetarios votó "no" a tal prohibición. El PoW es un método de "minería" de activos digitales, como el Bitcoin y Ethereum, que asegura un control descentralizado de los datos en la cadena de bloques, en contraposición a la opción de "prueba de participación" que, si bien consume menos energía, en la práctica tiende a disminuir la descentralización.
El hecho de que haya prevalecido la cordura en un ámbito burocrático como el europeo resulta destacable, pero la carrera de "regulaciones" recién comienza. Ante éste, el primer intento de prohibición de los más importantes activos digitales, se movilizó toda la industria, por lo que es probable que la negativa obtenida no haya sido mérito de los legisladores, sino un blasón ganado por los activistas.
Así lo resumía Patrick Hansen, un activista que se dedicó a promover la oposición al proyecto europeo: "favorecer en lugar de prohibir"; Europa debería adoptar todas las criptomonedas -sin discriminar por tipo- y en todo caso regular las PoW en lugar de prohibirlas.
El caso legislativo descrito tal vez resulte lejano y anecdótico, pero las motivaciones y métodos regulatorios de los legisladores y funcionarios del Gobierno suelen ser calcados cuando están motivados por una "fatal arrogancia" de controlar, restringir, prohibir o regular.
Tanto los malos legisladores como los malos gobernantes tienden a utilizar los incentivos de manera incorrecta. En el ámbito de la economía los incentivos pueden hacer la diferencia hacia uno u otro resultado. Existen tanto los incentivos de recompensa como los de castigo; éstos últimos suelen ser utilizados por los malos. La recompensa es pariente cercana del interés personal del individuo, mientras que el castigo es hijo dilecto de la prohibición y el control.
Los malos gobernantes o malos legisladores no llegan a comprender el potencial de los incentivos, al punto de utilizarlos de forma inversa y contraproducente. Un ejemplo cercano de incentivo inverso es subsidiar a organizaciones "piqueteras" que terminan creando víctimas, pobres y dependientes de dirigentes extorsionadores, que obtienen el dinero en "negociaciones" con el Gobierno.
La invasión de Rusia a Ucrania ha afectado la producción de granos a nivel mundial, generando escasez y por ende mayor demanda de producción, sin embargo el Gobierno argentino elige restringir las exportaciones o agregar retenciones. Un buen Gobierno eliminaría todo tipo de retenciones, fomentaría la exportación, mejoraría la infraestructura para el transporte de granos, ofrecería préstamos a tasas razonables y alentaría a la innovación mediante concursos y premios que estimulen la competencia. Claramente en Argentina venimos padeciendo malos Gobiernos.
Algunos economistas suelen ilustrar al incentivo con "la zanahoria", en clara alusión al tubérculo pendiendo de un hilo frente al burro que lo sostiene con una caña sujeta en su propio cuerpo. Una versión, convengamos, un tanto indigna de su verdadero significado.
Los malos legisladores creen que legislar es regular, y que regular es controlar. Crean leyes cuya principal función es "reglamentar" mediante peligrosos "registros", transformando a las personas o empresas en números, fáciles de monitorear y coaccionar.
Cuando hablan de "regular" lo primero que se les ocurre es la creación de un registro. El control es su juego más preciado. No entienden que las personas libres son más creativas, que el incentivo es el motor del alma humana, y que los individuos se mueven por intereses personales, no por imposiciones y regulaciones. Estas últimas son trabas que el individuo productivo sólo intentará sortear en cualquier momento, para ser libre y crecer un céntimo más allá de las estultas imposiciones.
Entonces, ¿es malo regular o reglamentar?. En principio, lo malo es prohibir, limitar, sancionar, coaccionar, controlar y tributar. Una mala regulación puede activar o perjudicar una industria. No puede potenciar una industria limitando su actividad mediante todo tipo de controles y peajes. Incentivar el potencial humano no es tan difícil: se trata de colocar incentivos para las buenas prácticas de cooperación mutua; dejar a las personas trabajar en paz y cooperar de forma libre y voluntaria.
Un mal legislador cree que todos son de su condición; legisla y apoya proyectos para controlar y castigar, olvidando incentivar y premiar a las personas de buena voluntad.
Las personas productivas -de buena voluntad- sólo necesitan un marco en el cual desarrollar su potencial. Un marco no es un registro donde anotarse, tampoco son miles de reglas y controles. En ocasiones sólo se trata de sentido común: el ser humano actúa por interés propio. Todo incentivo debería favorecer el beneficio personal individual, es una de las reglas básicas del comercio, corolario para la cooperación mutua y voluntaria en toda sociedad libre.