El mundo comienza a sufrir de inflación y recesión a causa de malas decisiones de los Gobiernos en el pasado reciente; los buenos se hacen cargo, los malos se victimizan y redoblan su mala praxis.
Han transcurrido más de dos años desde que la OMS declaró el comienzo de la pandemia de Covid-19. Los Gobiernos del mundo han realizado incontables acciones con la intención de sobrellevar el inconveniente sanitario. En muchos casos han resultado en contra del comercio, la producción, la libertad de transitar o la libertad de empresa; coartando los derechos individuales. En su mayoría echaron mano al gasto público y como consecuencia terminaron demandando un exceso de impresión de billetes a sus Bancos Centrales.
Con el diario del lunes, surge la evidencia de que pagaremos esa "fiesta" con inflación monetaria y una muy probable recesión económica; signos que ya comienzan a ser evidentes -en mayor o menor medida- en casi todas las naciones del globo.
Así las cosas, una vez más los ciudadanos de a pie podremos observar de qué forma cada Gobierno se aboca a resolver las nuevas problemáticas, ya no sólo sanitarias sino también de índole económica y monetaria.
Algunos países han elegido subir la tasa de interés, con lo cual reducen el crédito y el consumo, provocando una recesión temporal tendiente a reducir la inflación. Asumen el origen monetario de la problemática y se predisponen a ejecutar las acciones correspondientes, soportando sus costos. A su vez, probablemente decidan bajar los impuestos para fomentar la inversión, lo que termina favoreciendo la producción y mejorando la oferta de productos, facilitando al final del día el comercio local e internacional y reduciendo la escasez originada por la pandemia. Un sentido común, tendiente a liberar el potencial humano y productivo: se trata de gobiernos responsables y honestos.
Otros, más centrados en las apariencias, se dedican a destilar optimismo y buena voluntad, mientras ocupan gran parte de su tiempo ejecutando acciones cortas y mediocres que, si bien no resuelven el fondo del problema, logran sosegar temporalmente los ánimos de la ciudadanía. Pan y circo para todos. Un populismo en apariencia inofensivo, pero malvado y destructor del futuro a largo plazo: un tipo de gobierno inoperante y populista.
Los malos Gobiernos, por su parte, son especialistas en ocultar la realidad: echan mano a relatos ideológicos, optando por la victimización y la búsqueda de culpables para justificar su evidente ineficacia. Ejercen el populismo pero sólo en favor de quienes los apoyan. Buscan expoliar al ciudadano independiente y a toda persona productiva, inventando nuevos impuestos, regulaciones o tasas; recitando para ello el típico discurso de la "redistribución", la "desigualdad", o relatos similares. Son gobiernos deshonestos y potencialmente saqueadores.
En Argentina, por ejemplo, sufrimos un mal Gobierno.
Desde la asunción del mandato, la actual administración de los Fernández ha demostrado ser el colmo de la deshonestidad: quien ejerce verdaderamente el poder lo hace desde bambalinas. El "ocupa" del sillón de Rivadavia ha batido su propio récord al contradecir su discurso varias veces durante un mismo día. Pero el summum de la deshonestidad fue alcanzado durante la última semana: mediante un pago efectuado a la Justicia han logrado desactivar una causa en contra del Presidente y su Primera Dama. Un mandatario que viola deliberadamente su propio decreto de cuarentena y termina favorecido por un Poder Judicial cuya independencia resulta cada vez más cuestionada. Un decreto por el cual miles de ciudadanos soportaron el acoso de las fuerzas del orden y causas en la Justicia, habiendo casos públicamente conocidos en los cuales las personas han sufrido la violación de sus derechos individuales o incluso la pérdida de sus vidas.
Valga decir, quien no logre ver la deshonestidad del presidente Fernández y su Gobierno, es muy probable que haya perdido la capacidad de asombro, además de su propia virtud de la honestidad.
Efectivamente, en Argentina venimos sufriendo un mal gobierno, deshonesto y plagado de saqueadores. Una casta de funcionarios y políticos predadores que se juntan en mesas redondas y actos multitudinarios con el objeto de pergeñar y declamar el agregado de nuevos y mayores impuestos abusivos, aplicables a los ciudadanos productivos de la República. Tal como lo describiera Ayn Rand, los saqueadores buscan sobrevivir por medio de la fuerza o el fraude: saqueando, estafando o esclavizando a quienes producen bienes. Una supervivencia que sólo es posible al aprovecharse de sus víctimas, quienes por lo general son personas que deciden pensar y producir los bienes que ellos, los saqueadores, llegan a confiscar o expoliar mediante impuestos. Tales saqueadores son parásitos, incapaces de sobrevivir por sus propios medios, y coexisten únicamente destruyendo a quienes poseen la noble virtud de producir.