En razón de la verdad, deberíamos llamar las cosas por su nombre, de acuerdo a lo determinado por el diccionario, estamos hablando de apólogos, dado que este nombre se le da a un "relato o composición literaria en prosa o en verso que proporciona una enseñanza o consejo moral" (Oxford Languages) O sea: Un apólogo es una narración cuyo propósito es instruir sobre algún principio ético o moral o de comportamiento, por lo general situado al final o al principio de la misma y denominado moraleja.
La fábula nació en las antiguas culturas de Oriente, con un afán didáctico o de enseñanza, para educar a los hijos de los nobles e infundir en ellos valores y virtudes que les ayudaran a convertirse en gobernantes.
En su evolución de casi veintiocho siglos, las fábulas han pasado por diversas manos que les han aportado siempre diferentes elementos. Lo extraño es que Esopo tenga siempre una referencia hacia él en cada fábula pasado los tiempos, tal vez porque su sufrida vida y su ingenio conmueven a todos, ya que antes o después todo fabulista se remite a su obra. Desde el siglo VI a.C. hasta el siglo XXI, hubo cultores de este género literario, por el cual amerita continuar con un ligero paseo por el resto de la historia. En el siglo XII, Alfonso X el Sabio lograba con su obra y su mandato que la cultura incorpore la ciencia oriental, y la prosa daba un paso gigantesco bajo su presencia. Fue él quien mandó traducir el Libro de Calila e Dimna del árabe al castellano, lo que sobresaldría en el siglo XVII. En Alemania la fábula fue muy popular en los siglos XV y XVI.
Grecia encontró en los animales un recurso de belleza, y transformó la fábula en un género didáctico. El amor por lo sencillo y lo vulgar, fue elevado a la categoría de arte por Esopo. Con él nace la verdadera fábula, como narración corta en que de un hecho sucedido a unos animales se saca una lección para la vida humana.
Pero fueron La Fontaine (1621-1695), Jean-Pierre Claris de Florian (1755-1794), el inglés John Gay (1685-1732) y los españoles Félix María Samaniego (1745-1801) y Tomás de Iriarte (1750-1791) quienes consagraron definitivamente el género en Europa. Félix María Samaniego fue el continuador inmediato de La Fontaine en España. Inspirado en este, también tradujo y se remitió constantemente a Esopo y Fedro.
En sus 2700 años de existencia, las fábulas han permanecido firmes en sus planteamientos básicos. Kipling y Borges creían que un autor debe intervenir lo menos posible en la elaboración de su obra, es decir que debía ser un copista de su musa, no de sus opiniones. Terminada esta pequeña historia para saber de qué hablamos, dejaremos una de las fábulas de Esopo que está dentro de las que tienen una de las mejores moralejas.
"El cascabel del gato"
Había una vez unos ratones que vivían atemorizados por un gato. Cada vez que salían a por comida, el gato los perseguía. Hacía semanas que no comían nada. Entonces, uno de los ratones tuvo una idea:
-¡Ya sé! Pondremos un cascabel al gato. Así lo oiremos a tiempo y podremos escapar.
-¡Qué buena idea! -contestó el ratón más viejo-. Pero ¿quién será el valiente que le ponga el cascabel?
Todos los ratones pusieron excusas y volvieron a sus hogares, más hambrientos que nunca.
"Moraleja: Del dicho al hecho hay un gran trecho. Esta no podía faltar entre las mejores fábulas de Esopo. Nos enseña que es muy fácil opinar y hablar, y que lo difícil es llevar algo a la práctica." ¿No les parece muy actual?
