Cualquier persona, aun aquellos siendo oscuros, puede ser una luz y atraer a otros que están a su alrededor y conducirlos a buen puerto, guiándonos a un puerto de paz. Su brillo, que viene de su interior, llega por la presencia del Señor en su ánimo y, por ello, engrandece su nombre. Sí, Cristo está presente en su corazón y sus actitudes muestran esa presencia maravillosa.
Cuando nuestras vidas están colocadas en el altar de Dios, no necesitamos clamar en voz alta que somos sus hijos.
Nuestras palabras edifican, nuestro caminar alumbra, nuestro mirar testifica, nuestro amor denuncia nuestra transformación y conversión. El Señor está en nosotros y ese hecho no es escondido de nadie.
Cuando estamos en el trabajo, en el día a día, en la iglesia o donde sea, nuestra vida brilla. Cuando avanzamos por la calle, quienes nos observan perciben nuestro brillo. Aun mismo estando callados somos inmediatamente identificados como alguien que vive y siente la presencia de Dios. Y así, por el brillo de nuestra luz, muchos serán los que se nos aproximen, muchos anhelarán la misma bendición, muchos podrán encontrar la paz que tanto anhelan; y muchos serán los que nos acompañen para transitar por las carreteras de la felicidad.
¡Dios es la luz que nos envuelve!... Y las personas que se aproximan a esa luz, se aproximan a Dios. Y si abren su corazón a Dios, recibirán también el mismo brillo y bendecirán a todos los que se encuentren por los lugares donde pasan.
Si el mundo está en tiniebla, dejemos brillar al Señor en nosotros y, de esa forma, contribuir a iluminar el mundo… Si anhelamos el brillo del Señor en nuestras vidas, abramos el corazón para que Jesús more en él.
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), recibe un Abrazo, y mi deseo que Dios te bendiga, te sonría y permita que prosperes en todo, y derrame sobre ti, Salud, Paz, Amor, y mucha Prosperidad.
Claudio Valerio / ®. Valerius